Protestar es un derecho; elevar la sospecha a una verdad sin fundamentos, no. En las horas posteriores a la segunda vuelta (que terminó con la victoria de Rodrigo Paz Pereira sobre Tuto Quiroga Ramírez) han irrumpido manifestaciones denunciando un supuesto fraude. Antes de enarbolar certezas conviene preguntarnos de dónde nace esa incredulidad; ¿del dato verificable o de la sensación de que “todo el mundo” pensaba lo mismo que yo? La política se parece más a un censo que a un chat de grupo, cuenta a quienes votan, no a quienes gritan más fuerte.
Ese asombro nace en las burbujas digitales. Durante semanas, muchas y muchos interactuaron casi exclusivamente con personas idénticas a ellas, reforzando la ilusión de unanimidad: que “no había nadie que apoyara a Rodrigo Paz” y que “todos los votos eran de Tuto”. Es el viejo sesgo de confirmación vestido con algoritmos, las redes son excelentes anticipando lo que ya creemos y pésimas para intuir lo que piensa la mayoría. Cuando la realidad no coincide con el feed, se interpreta como fraude; cuando el dato contradice la cámara de eco, se acusa a las urnas de mentir. Pero por más ruidosas, las redes no reemplazan el conteo de los votos; a lo sumo amplifican percepciones y, como ahora, autoengaños.
Paradójicamente, esas mismas voces contribuyeron decisivamente a la derrota de Tuto Quiroga, consolidaron durante la campaña la imagen de una candidatura de derecha extrema, racista, machista y homofóbica, repitiendo insultos como “laris”, “llamas”, “indios de mierda”, “collas ignorantes”, “mascacocas hediondos”. Con ese discurso levantaron una barrera infranqueable para millones de electores que, en otras circunstancias, quizá habrían considerado votar en otra dirección. Y son (no nos engañemos) las mismas personas que, de haber ganado Tuto, hoy estarían quemando wiphalas y ahondando las grietas de desconfianza y odio que el MAS sembró durante dos décadas.
Son tan antidemocráticos, violentos y peligrosos como las huestes del etnonacionalismo autoritario del MAS. La salida no es exacerbar el bando en la trinchera, sino abandonar la trinchera, aceptar el resultado (como ya lo hicieron el propio Tuto Quiroga y las misiones de veeduría internacional), exigir reglas claras siempre y recuperar esa virtud democrática que pocos celebran y todos necesitamos, la capacidad de perder sin destruir, ganar sin humillar y debatir sin deshumanizar.
A eso hay que agregar que casi 10 puntos de diferencia es mucho porcentaje para ser remontando por unos cuantos miles de votos de supuesta irregular procedencia. LIBRE perdió. Y no hay más vuelta que darle al asunto.
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