El 17 de agosto se consumó el quiebre del ciclo masista: el MAS quedó lejos del balotaje y su candidato oficial apenas rozó el 3%, mientras el voto nulo impulsado por Evo Morales trepó a niveles inusuales (en torno al 19%), debilitando aún más al oficialismo. El país, votos en mano, castigó la crisis económica —inflación anual cercana al 25% a mitad de 2025, escasez de combustibles y de dólares, etc.— y buscó una salida de cambio sin saltar al vacío. En ese punto, Rodrigo Paz Pereira capitalizó el deseo de renovación moderada frente a propuestas de ajuste percibidas como demasiado duras y a un MAS fracturado por la disputa Morales–Arce. Resultado: Paz primero y Jorge “Tuto” Quiroga segundo, rumbo a una segunda vuelta el 19 de octubre.
La clave estuvo en el centro político y en esa franja de indecisos anti-MAS, pero reacios a las terapias de shock. Cuando arreció la “guerra sucia” y la desinformación —con ataques particularmente agresivos contra Samuel Doria Medina (que encabezó la mejor candidatura en terminos de equipos técnicos y propuestas programáticas)—, parte de su voto migró por contigüidad hacia Paz, opción emparentada con el gradualismo económico. La salida de escena de candidaturas “outsider” como la de Jaime Dunn reforzó el voto castigo contra liderazgos tradicionales que no lograron cumplir con la exigencia de unidad. También pesó el contraste de estrategias: mientras Tuto y Samuel apostaron a la publicidad digital, Paz Pereira se jugó por un despliegue territorial —política de calle— y, según se dice, destinó muy poco a las redes de pago. Su presencia en bastiones populares y el empuje de su compañero de fórmula, el exoficial Edman Lara —de gran alcance en redes—, ampliaron su perfil por fuera de la burbuja de clases media y alta, a las que suelen alcanzar los anuncios pagados. En suma: menos pauta, más cercanía y un mensaje de orden económico sin sobresaltos.
Pero la victoria de Paz no se explica solo por la coyuntura. Hay un trasfondo más hondo: el peso persistente de la cultura política nacional/democrática/popular que, desde 1952 hasta la fecha, estructura la sensibilidad mayoritaria. Ese sustrato —lo nacional como afirmación de un Estado presente y un proyecto de país; lo democrático como método de acceso y control del poder; lo popular como inclusión de mayorías históricamente postergadas— ha sido la matriz donde prosperaron, mutaron o naufragaron muchas grandes experiencias políticas en Bolivia. Aun con desencantos, la ciudadanía sigue votando dentro de ese marco, castiga desviaciones autoritarias o la incompetencia, premia a quien promete continuidad de derechos y estabilidad con reformas sensatas. Paz leyó mejor ese pulso.
En ese registro cultural, el país llega con un desgaste profundo por dieciocho años de hegemonía masista que capturaron instituciones, normalizaron la opacidad y convirtieron la intermediación corporativa en sistema prebendal donde “las bases” mandan sobre la ley. El quiebre no fue súbito: el 21F de 2016 hirió el pacto democrático; después vinieron el fraude, la erosión del pluralismo y la descomposición económica. La fractura Morales–Arce solo desnudó que la coalición gobernante ya no podía compatibilizar promesas de inclusión con un Estado colonizado por redes de contrabando, corrupción y narcotráfico. Ante esa implosión, una mayoría social buscó algo conocido y valioso: orden democrático con Estado que funcione, mercado que produzca riqueza y un piso de protección social que no se derrumbe con el primer ajuste. Ese “centro popular” —no de élites únicamente, sino de vendedores, transportistas, microempresarios, empleados, profesionales jóvenes— encontró en Paz Pereira una narrativa de cambio sin demolición.
De allí que prendiera también otra intuición arraigada, lo que yo llamo "frenar el péndulo catastrófico" que nos ha llevado, cíclicamente, del estatismo asfixiante al desmantelamiento irresponsable. Cada intento de “refundación” borra lo anterior en nombre de la pureza ideológica de turno y nos condena a empezar de cero. En esta elección, la crisis reavivó recetas de shock y, a la vez, desacreditó el control estatal ineficiente de los mercados. La opción ganadora fue otra: ni la soga al cuello de las familias, ni un Estado que impida trabajar. Orden fiscal y monetario, sí, pero “a ritmo humano”; desregulación de trabas absurdas, sí, con una regulacion fuerte; promoción de la inversión con seguridad jurídica y competencia leal; y, sobre todo, continuidad de ños bonos y protección de ingresos mientras se enciende el motor productivo.
El voto a Paz Pereira expresa fatiga con la cultura de la cancelación, con la manía de desconocer logros previos y prometer “la verdadera” historia cada cinco años. La gente no quiso otro salto al vacío ni un ajuste punitivo disfrazado de modernización. Quiso sumar, corregir y estabilizar. La victoria fue pedagógica, el cambio que viene no será épico, será institucional; no clausura la trilogía nacional/democrática/popular, la completa con ciudadanía y modernidad. Lo nacional ya no se confunde con monopolio estatal; lo democrático ya no se subordina al caudillo que “encarna al pueblo”; lo popular no se reduce a prebendas, sino a oportunidades, seguridad y movilidad social.
El mapa territorial refuerza la lectura. En el altiplano y los valles, donde pesa el recuerdo del Estado como garante de presencia y servicios, el “centro popular” se expresó como demanda de gobierno que funcione: salud sin colas, escuelas con maestros, combustibles disponibles, transporte sin paros semanales. En ambas geografías, Paz Pereira apareció como punto de encuentro entre impulso productivo y promesa de orden.
Santa Cruz votó distinto al resto del país. Allí, la preferencia se ordenó bajo la gravitación de sus élites económicas y cívicas, capaces de marcar agenda y disciplinar apoyos territoriales. Ese dato confirma su potencia, pero también desnuda una desconexión con el sentir nacional. Para cerrar esa brecha —y convertir su peso en un liderazgo convocante, como corresponde ya a ese departamento— toca modernizar y democratizar a las élites cruceñas, renovarlas, abrirlas a la diversidad urbana y mestiza que hoy define al país, y plegarlas a un proyecto de nación compartido que “escale la cordillera” y dialogue de igual a igual con todos los territorios, al ser Santa Cruz como la fragua de la nueva Bolivia y exigir una dirigencia a la altura de ese rol.
También hubo un factor generacional. Jóvenes que no vivieron la épica del 52 ni la construcción de la democracia el 82 —y que de 2006 recuerdan más los escándalos que las conquistas— piden una política parecida a su vida cotidiana: menos gran discurso, más soluciones; menos plebiscito permanente, más estabilidad previsible. Las redes multiplicaron el ruido, pero evidenciaron que el algoritmo del miedo se agotó. Ni el “fantasma Cuba/Venezuela” ni el “neoliberal sin alma” movieron montañas. Movió más la idea de un futuro normal: crecer, formalizarse, ahorrar, estudiar, emprender sin que la burocracia —o la inseguridad— te asalte el bolsillo y el tiempo.
La estrategia terminó de cristalizar ese ánimo. La campaña de Paz no prometió milagros: ofreció una secuencia. Estabilizar la macro sin asfixiar la micro; regular con transparencia para abrir juego a la inversión y el empleo; atacar contrabando y mercados ilegales que destruyen la producción nacional; liberar trámites y castigar la coima; y blindar, mientras tanto, los ingresos de los más vulnerables. No fue poesía: fue un plan de transición que dialogó con las pulsiones de nuestra cultura política.
El contexto internacional importó como espejo, no como libreto. En una Sudamérica que corrige hacia el centro tras experimentos disruptivos, Bolivia eligió su versión: estabilización con piso social. No es un giro conservador; es pragmatismo dentro del marco nacional/democrático/popular. Quien no entienda eso seguirá sorprendiéndose de que aquí las mayorías castiguen la corrupción y el abuso, y desconfíen a la vez de las terapias que “limpian en seco” llevándose por delante salario, empleo y paz social.
¿Qué sigue? La segunda vuelta del 19 de octubre obliga a construir una mayoría que confirme el mandato: cerrar el péndulo y abrir un ciclo ciudadano. Tres acuerdos simples y verificables: i) compromiso macro de estabilización —disciplina fiscal, sinceramiento responsable de precios relativos, recuperación de reservas y financiamiento externo sin hipoteca, con metas trimestrales públicas—; ii) pacto productivo contra contrabando e informalidad depredadora —aduanas con tecnología y control civil, policía económica especializada, justicia que deje de ser puerta giratoria y shock de simplificación regulatoria para formalizar sin castigar—; iii) política de Estado para la reconciliación nacional y social —despolarizar la conversación, desactivar la lógica amigo–enemigo, garantizar neutralidad electoral e independencia judicial, y reconocer sin complejos lo aprovechable de cada etapa para integrarlo en un proyecto compartido—.
La victoria de Rodrigo Paz Pereira es menos un accidente que la decantación de una memoria colectiva que sabe lo que quiere y lo que no: Estado que esté, pero no estorbe; mercado que produzca, pero no abuse; democracia que gobierne, no que se declame. Es la expresión de ese “centro popular” que pide detener el péndulo catastrófico y completar, al fin, el ciclo nacional/democrático/popular con ciudadanía, instituciones y futuro. Si la segunda vuelta confirma esa ruta, no empezará “la verdadera” historia —tentación de refundadores—, sino la paciente tarea de sumar sobre lo aprendido para que, por una vez, el cambio deje de ser ruleta y se vuelva construcción.
Un buen análisis, así mismo hoy podemos decir que se habré la posibilidad de construir una identidad nacional, y un un Estado democrático en base a lo diverso , pero de no ir por ruta señalada en tu artículo en lo económico institucional , corremos el riesgo de una convulsión
ResponderEliminarMuy de acuerdo con el análisis, sin embargo, considero que el voto indeciso es esencialmente masita, coyunturalmente contestatario a una mala gestión político administritiva del 'peor gobierno de la historia democrática " y que más antes que después reencauzara su esencia política a su verdadera esencia de identidad de clase.
ResponderEliminarMuy buen análisis.
ResponderEliminarInteresante análisis, pero pregunto, ¿Cómo se explica la presencia de más de veinte diputados masistas presentes en PDC.?
ResponderEliminarSe agradece la claridad y la puesta en perspectiva de este triunfo del centro, evitando los extremos que entorpecen gobernar para todas y todos. Buen análisis.
ResponderEliminarBuen artículo, aunque idealiza a los votantes por el Binomio Paz- Lara.
ResponderEliminarNo considera el voto consigna y dirigido, muy practicado en Bolivia.