ALTERNATIVAS

23 de junio de 2025

SAN JUAN

LA NOCHE QUE ARDE PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS
(Y DE DÓNDE VENIMOS)

Cada 23 de junio, como si el calendario llevara impreso en sus páginas el recuerdo de una parte de nuestros ancestros, Bolivia se viste de humo y de brasas. No es un fenómeno atmosférico —aunque el frío del altiplano lo sugiera—, sino un rito que, tercamente, regresa con sus propias hogueras en la periferia de las ciudades y en el campo, porque ahora están prohibidas en las capitales; vuelve con pan y sus salchichas de tradición alemana, y su nostalgia encendida. Es San Juan, esa celebración donde la fe, el fuego y la desmemoria bailan una danza entre lo pagano y lo litúrgico.

Encendemos no solo leña ni neumáticos viejos —esa modernidad tóxica que nos condena a contaminar incluso nuestros recuerdos—, sino símbolos. Encendemos la memoria de un fuego heredado. Porque estas llamas vienen de lejos, mucho más allá de la imagen austera del Bautista: llegan desde la entraña de la vieja Europa, de los celtas, de los que hablaban con los árboles y miraban al sol como a un dios sin nombre.


Antes de que la Iglesia Católica se adueñara del calendario y tradujera solsticios en santorales, ya ardían las hogueras del verano boreal, allá en el norte. El fuego era entonces anuncio, umbral, rito de paso, conjuro. Era la victoria momentánea de la luz sobre las sombras. Era también, si se me permite, la forma más pura del deseo: de renacer, de fecundar, de limpiar lo sucio del alma y del cuerpo. El fuego era esperanza encendida, no metáfora del pecado.

Y llegó la Iglesia, con esa sabia astucia que la caracteriza, a rebautizar el fuego con agua bendita. San Juan pasó a ser el motivo y la excusa. Lo que se quemaba ya no eran los malos espíritus, sino los pecados; lo que se pedía ya no era cosecha y salud, sino perdón. Pero en el fondo, seguimos siendo los mismos que saltan sobre las llamas pidiendo suerte o amor, que miran al espejo del agua tratando de ver, si no el rostro de Dios, al menos el de alguien que nos quiera.

En muchos rincones de Europa, especialmente en España, la tradición sigue viva y ardiendo con fuerza, lo mismo que aquí, en nuestro altiplano boliviano; este 23 de junio las hogueras se encienden también allá, organizadas y cuidadosamente vigiladas por los ayuntamientos, que las convierten en espacios de encuentro comunitario. En pueblos costeros y en ciudades del interior, la gente se reúne bajo la noche estival —la más corta del año en aquellas latitudes— para celebrar entre llamas que purifican, músicas que congregan y rituales que, aunque cambiantes, conservan la magia ancestral de encenderle una luz al misterio de la vida.

Nosotros las y los paceños, altiplánicos al fin, andinos desde siempre, invertimos la lógica de los astros: celebramos San Juan en invierno, cuando el sol se esconde y la noche es más larga. Y así encendemos el fuego. No para celebrar la abundancia, sino para resistir el frío. Para estar juntos. Para conjurar, no ya los demonios, sino la soledad de las nieves, nuestro encierro en medio de sendas cordilleras casi impenetrables.

En ese giro, la fiesta encontró un nuevo hogar, un nuevo sentido: abrigo, encuentro, pretexto para reunirnos. En el campo y en la ciudad, alrededor de un fogón precario o una estufa de kerosene, la noche de San Juan se volvió momento íntimo, casi sagrado, donde el calor no viene solo del fuego, sino de los cuerpos que se acercan, del relato compartido, del pan partido entre manos conocidas.


Hoy, cuando sabemos que el fuego también mata y contamina, cuando el humo ya no perfuma sino que asfixia, debemos, sin embargo, aprender a mantener la llama sin arrasar con el bosque. Podemos recordar sin quemar. Podemos reunirnos sin destruir. Podemos, como toda tradición que se respeta a sí misma, dialogar con el tiempo que vivimos sin traicionar el tiempo del que venimos.

Así que esta noche —si ves una chispa en la calle, si oyes el crepitar clandestino de una fogata en el barrio, si el olor a humo te despierta una memoria sin nombre— piensa que allí, bajo la leña o las brasas, en lo visible y lo prohibido, arde también una parte de lo que somos. Y que, mientras haya quien encienda una llama para resistir al invierno o recordar un amor, habrá en Bolivia una manera de decir que seguimos vivos.


1 comentario:

  1. Un relato del significado y significacía de San Juan , preciso y digno de ser publicado : Los Ritos y Creencias ancestrales, que parecian simples y mundanos, realmente liberan el alma de espíritus , perturbadores .

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