ALTERNATIVAS

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15 de abril de 2025

RECONCILIACIÓN

Bolivia, ese país de alma múltiple, de rostros diversos y memorias que no siempre se reconocen entre sí, ha levantado su historia —como quien construye a tientas una casa— sobre la inestabilidad constante de sus tensiones políticas, étnicas, regionales, culturales, de género, de generaciones. Nuestra diversidad, tan celebrada en los discursos oficiales, es también una fuente inagotable de malentendidos, una promesa traicionada por décadas de exclusión, prejuicios y desencuentros.

Hoy, el país no camina, cojea. La convivencia nacional se halla trizada, herida por divisiones que han echado raíces en lo más profundo del cuerpo social. Y esa fractura, lejos de ser un accidente, parece ya un método. Estamos urgidos no solo de reformas, sino de un acto de voluntad colectiva, de esa rara virtud política que es la capacidad de escucharse, de hablar sin gritar, de reencontrarse sin imponerse. Una reconciliación auténtica, no como consigna sino como propósito civilizatorio.

La historia de Bolivia —no la de los manuales escolares, sino la que se arrastra por las calles de tierra y por los pasillos de los ministerios— es una historia de desigualdades paridas en el vientre del orden colonial. De un Estado que ha vivido de espaldas a sus pueblos, de un país que se desangra en la frontera invisible entre el altiplano y la llanura, entre el centro burocrático y las periferias olvidadas.

A esas tradicionales heridas se han sumado otras nuevas: ideologías convertidas en trincheras, instituciones estatales corroídas por la sospecha, un racismo estructural que cambia de rostro pero no de esencia, y una juventud —esa que debería ser promesa— reducida a estadísticas de desempleo y desilusión. Un centralismo caprichoso que impone desde arriba y desoye desde abajo completa el cuadro.

El descontento regional no es un capricho: nace de una distribución que no distribuye, de autonomías que apenas se esbozan en el papel, de un pacto fiscal eternamente postergado. Las tensiones étnico-raciales, por su parte, no son invenciones de agitadores: son el reflejo de siglos de exclusión sistemática, de una democracia que a veces parece más un decorado que la realidad. Y las generaciones más jóvenes —nacidas en tiempos supuestamente más libres— se encuentran atrapadas entre el escepticismo y la impotencia.

Cuando los líderes, en vez de suturar heridas, las abren con cinismo para eternizarse en el poder, lo que se deshace no es solo la política: es la nación. El odio deja de ser una anomalía y se convierte en método. La polarización, en costumbre. El otro, en enemigo.

Hablar de reconciliación no es pedir amnesia. No se trata de olvidar los agravios del pasado, sino de mirarlos de frente, de nombrarlos sin miedo y, lo más difícil, de repararlos con justicia. Porque un país no se salva negando su historia, sino asumiéndola con lucidez y con coraje. La reconciliación no exige unanimidad, sino respeto; no supone homogeneidad, sino convivencia.

El diálogo, tan subestimado en tiempos de furia, es el único camino digno. No como trámite burocrático ni como simulacro televisado, sino como ejercicio genuino de escucha y comprensión. Escuchar al que piensa distinto no debilita la identidad: la enriquece. Entender los temores del otro no es ceder, es humanizar el conflicto.

Hoy, como en otros momentos cruciales de nuestra historia, el desafío es gigantesco: reactivar una economía al borde del abismo, generar empleo sin sacrificar dignidad, defender los derechos humanos sin relativismos y, sobre todo, devolverle al país la fe en sí mismo.

Para eso, hacen falta espacios permanentes de diálogo social, mecanismos reales de consulta previa, y organizaciones sociales que no sean correas de transmisión de partidos, sino auténticas voces ciudadanas. El diálogo no puede seguir siendo privilegio de las élites: debe abrirse a las mujeres, a las y los jóvenes, a los pueblos indígenas, a los empresarios honestos, a los trabajadores, a los líderes que todavía creen que la política es un servicio y no una farsa.

Porque, al final, el dilema que enfrentamos no es técnico ni ideológico: es moral. O aprendemos a convivir en la diferencia, o seguiremos repitiendo, con otras máscaras, el mismo drama de siempre.

Hubo una vez un país desgarrado por el racismo institucionalizado, donde la ley dividía a los hombres por el color de su piel y la injusticia era doctrina de Estado. Sudáfrica, humillada por el apartheid, parecía destinada al abismo o a la venganza. Pero entonces, emergió Nelson Mandela, quien entendió lo que tantos líderes olvidan: que un pueblo puede elegir la grandeza cuando renuncia al rencor.

Mandela no fue un santo. Fue un político lúcido, estratégico, consciente de que la reconciliación no es un acto de ingenuidad, sino una apuesta por el porvenir. La Comisión de la Verdad y Reconciliación no borró los crímenes del pasado, pero permitió que las víctimas fueran escuchadas y los victimarios, confrontados. No se impuso el olvido, sino la memoria compartida. No se ofreció impunidad, sino el coraje de mirar al otro sin odio.

Bolivia, marcada también por viejas injusticias y nuevas heridas, haría bien en estudiar esos ejemplos con humildad. Aquí también necesitamos comisiones, sí, pero no solo jurídicas: necesitamos pactos éticos, compromisos ciudadanos, instituciones que no sean botines de facciones, sino garantes de equidad. Requiere valor sostener el diálogo cuando todo empuja al grito. Pero ese es precisamente el momento donde se define el destino de un país.

La historia boliviana no ha sido amable ni lineal, pero nunca ha carecido de dignidad. Somos un pueblo que ha sabido resistir terremotos políticos, crisis económicas, traiciones históricas y falsas promesas. Nos han dividido muchas veces, pero jamás han logrado que dejemos de soñar.

Hoy, ese sueño reclama un nuevo capítulo. La Reconciliación Nacional y Social no es una consigna para carteles de campaña, sino una tarea de Estado, de ciudadanía y de conciencia. Solo reconciliándonos podremos convertir esta casa fragmentada en un hogar común, donde nadie tema ser quien es, donde todas y todos nos sintamos parte del relato nacional.

Soñemos, sí, pero con los ojos abiertos. Con un país donde las diferencias no se cancelen, sino se abracen. Donde las costumbres nativas no sean un folclore exótico, sino un pilar cultural. Donde la justicia no se incline ante los poderosos. Donde ser joven no sea una condena al exilio o al desencanto, y donde la política recupere su sentido más noble: servir.

Este es un llamado a reconstruir lo más frágil y esencial que tiene una nación: la confianza. A dejar atrás los dogmas que justifican la exclusión, las palabras que siembran odio, los gestos que degradan. A creer, incluso contra la evidencia, que el país que merecemos todavía puede ser construido.

Bolivia no será grande porque elimine sus diferencias, sino porque aprenda a vivir con ellas. No será admirada por su riqueza natural, sino por su madurez democrática. No será recordada por sus conflictos, sino por haberlos transformado en acuerdos.

La reconciliación no es el fin. Es el inicio de un nuevo tiempo. Y tal vez, la última oportunidad para hacer que la historia, esta vez, no se repita como tragedia, sino como esperanza.

2 de agosto de 2018

IZQUIERDA Y DERECHA, la diferencia

La diferencia entre derecha e izquierda está en la concepción de lo que somos y hacemos los seres humanos. Eso de que en el Parlamento francés unos se sentaron a un lado y los otros al otro, lo que originó ambos términos, debe ser verdad, pero es solo una anécdota que en realidad no explica nada.

Quienes quieren detener el desarrollo de las ideologías, pensando en eso de que ya no importan la derecha ni la izquierda, que son términos obsoletos, están haciendo ideología pura y dura. Mientras existan ricos muy ricos y pobres muy pobres seguirá esto de la izquierda y la derecha.


Las derechas consideran que los seres humanos somos portadores de cualidades naturales que no se pueden alterar, así como unos son más trabajadores que otros, o más inteligentes, o creativos, el ser ricos o pobres es también parte y fruto de esa condición natural y no se puede cambiar. Así como existen gordos y flacos, hay también pobres y ricos. Es más, afirman que es positivo que sea así, porque el esfuerzo "natural" por crecer individualmente es el motor del desarrollo, la innovación y el cambio social. Los más aptos arrastran el tren de la historia, como una locomotora a los vagones de un tren.

Las izquierdas, en cambio, consideran que los seres humanos no son seres que responden a leyes naturales como las arañas, los canguros o los ornitorrincos, sino que son algo distinto, que han construido sus propias "leyes" de desarrollo.

Las abejas, por ejemplo, no requieren constituciones políticas o ponerse de acuerdo en cómo convivir con sus diferencias, es más, las que nacen obreras serán obreras por los siglos de los siglos, igual que los zánganos; las abejas no conocen el mundo de la libertad. La libertad es un hecho cultural, no natural, solo los seres humanos podemos decidir cada minuto sobre cual será nuestro futuro, individual y social. Por eso somos responsables de lo que somos y de lo que vaya a pasar (y esto sirve para juzgar a derechas e izquierdas por igual).

Desde ese punto de vista el mundo humano es pura construcción social, desde lo básico como la alimentación y la sexualidad, hasta lo más complejo, como el enmarañado enjambre de relaciones destinadas a la producción de los bienes socialmente necesarios para la reproducción de la especie; y eso implica la distribución del excedente y la riqueza.

Un ejemplo actual es el trabajo femenino que a lo largo de siglos no solamente fue poco valorado sino invisibilizado; limpiar la casa o cambiarle los pañales al niño, o cuidar a los abuelos, no era considerado un trabajo, no tenía ningún valor intercambiable en el mercado, por lo tanto y por mucho que trabajaran las mujeres, estas dependían de los hombres que accedían a trabajos reconocidos y valorados, y podían por ello traer el dinero y mantener la casa.

Ser de izquierda significa entender que la distribución de la riqueza es un hecho social, creado por los seres humanos a lo largo de la historia, y que por lo tanto es susceptible de ser cambiado: así como se hizo se deshace y se vuelve a construir, esta vez mejor, más equitativo y más igualitario. Claro que se dice fácil, pero es una ambición tan difícil que se asemeja a una utopía. Pero detrás de las utopías hemos construido y mejorado el mundo.

Y allí entra la responsabilidad ética desde la izquierda. Si se es consciente de que la desigualdad económica es un hecho histórico/cultural y que por ello se puede cambiar, al valorar la actual situación donde los ricos son cada vez menos y cada vez más ricos, y los pobres son cada vez más numerosos pero siguen igual o peor de pobres, no se puede sino asumir el compromiso de hacer algo para cambiar semejante realidad. No hay otra manera, es un asunto de vida, de valores, de integridad, de compromiso...

29 de julio de 2017

ENTRADA UNIVERSITARIA

Hoy pasó por mi puerta la Entrada Folclórica Universitaria y me acordé de Fernando Cajías (lo he buscado en Feisbuc y en Tuiter, pero nada) con su Llamerada San Andrés, mucho antes que a su paso vibrara La Paz, como pasa ahora, para bien del colorido, la investigación y las danzas andinas y cholas redescubiertas desde las universidades; para el bien de las industrias de las cervezas también. Me dije, “que bien Fernando, tu sueño llegó lejos”.


Luego vi los repetidos bailes, ese machacar todos los días sobre “nuestra” identidad más que boliviana o paceña, andina y fundamentalmente aymara, en la cual nos obligamos a reconocernos diciendo que es la nuestra, cuando este pueblo, como todos los demás, comparte culturas venidas todas de lejanas tierras y mezcladas aquí para hacer sincréticas nuestras identidades. Y me dije, “esto ya no aporta, esto está hecho para mirarse el ombligo y poco más”.


Imaginé una universidad universal como es su nombre, abierta al mundo, cantando y bailando y enseñando el folclore de todos los pueblos del mundo; imaginé a nuestro universitarios y universitarias jóvenes bailando danzas africanas o australianas por las calles de La Paz, y pensé que en un futuro así será. Imaginé un boliviano universal, un ser humano sin tantas anclas ni atavismos, mirando el mundo, la ciencia, el desarrollo desde su propio imaginario y desde su propia identidad.



27 de mayo de 2016

SOBRE LA LEY 26743

Hoy, a ninguna persona se le podría pasar por la mente renegar contra el derecho que tenemos mujeres y hombres por igual para votar en las elecciones; sin embargo, hace cien años atrás era difícil convencer a las personas de este derecho universal. La mayoría pensaba que las mujeres no tenían derecho a votar, a elegir, a tomar decisiones, a manejar una cuenta de ahorros en un banco… Si hoy alguien propusiera volver a ese pasado, sería visto como un troglodita, insólito y desubicado; ni el más conservador de los conservadores se animaría a apoyarlo, públicamente al menos.

Igual con tabúes como el derecho a las relaciones prematrimoniales y la virginidad… Hoy por hoy, casi a nadie se lo ocurriría defender la obligación de las mujeres de llegar vírgenes al matrimonio, sino que, al igual que los varones, ellas han conquistado el derecho a vivir una sexualidad plena y satisfactoria.


Si uno revisa un manual sobre la historia de la sexualidad humana verá cómo han cambiado las condiciones, las creencias y los derechos de hombres y mujeres a lo largo del tiempo, desde que hace miles de años atrás los seres humanos logramos cosas tan anti-natura como girar la clásica posición de la cópula animal y poder hacer el amor mirándonos a los ojos, cara a cara; o no depender del momento de fertilidad para tener una relación, sino poder hacerlo cuando tenemos ganas. Y es que la sexualidad humana, como todas las otras actividades de la especie no pertenecen al mundo de la naturaleza sino al de la cultura y, como tales, depende de las condiciones de desarrollo material, intelectual, tecnológico, ideológico y espiritual de los seres humanos.

El mundo de la naturaleza es un mundo cerrado sobre sí mismo. Las leyes naturales se cumplen inexorables y sin reclamo en todo el universo conocido. A diferencia de ello, el mundo de la cultura es el de la LIBERTAD. Las abejas o las ovejas nacen y mueren abejas u ovejas, sin opciones, el ser humano nace humano pero puede ser ingeniero, torera, astronauta, cura, cocinero o prostituta; el mundo humano (el del libre albedrío bíblico) es el mundo de la libertad.

Y la sexualidad humana pertenece a ese mundo, no al cerrado círculo de la naturaleza. Hemos sido nosotros (por ejemplo) los que hemos creado los anticonceptivos y hemos desligado el placer de la reproducción, cambiando el sentido de nuestra sexualidad; eso, para los ultraconservadores y para quienes no entienden la riqueza de ser un humano y no una ballena, seguirá siendo un hecho antinatural, aunque hoy la mayoría de la población en las sociedades ilustradas comprenden y viven esa diferencia con claridad y sin traumas. Gozar del sexo, en todas sus dimensiones, ha dejado de ser pecado hace décadas atrás.

Pasa lo mismo con la homosexualidad. El “diseño original” como le llaman los creacionistas ha dejado de funcionar hace siglos, y hoy el mundo y la cultura humana, han abierto las posibilidades científicas, tecnológicas e ideológicas para que una persona nacida mujer se sienta hombre y pueda convertirse en hombre, o a la inversa. O siendo varón y sin dejar de serlo, llegar a la conclusión de que particularmente a él le gusta compartir y disfrutad de y con seres de su género. Eso es posible en este maravilloso siglo. Y como ello, muchas combinaciones. 

Lo correcto, en el mundo de la libertad, es entender que hasta aquí hemos llegado y con esfuerzo propio, y que no hay ninguna razón para reprimir y mucho menos cambiar esa realidad ya constituida. Cualquier intento es ir contra la historia de creación y desarrollo de la humanidad (que no va a detenerse porque se nos ocurra defender un origen que ha quedado enterrado hace milenios), aunque los cambios actuales pudieran ser tan rápidos que nos perecen más agresivos frente a nuestra capacidad de adaptación.

Nadie tiene derecho a frenar la libertad, que es la principal creación de la especie, junto al trabajo, que es la capacidad de transformar la naturaleza en beneficio propio. Intentar hacerlo es querer detener y estancar el cauce de la cultura humana; y yo me niego. Apoyo por estas razones la libertad de ser varón, mujer, homosexual, lesbiana, bisexual, travesti, transexual, intersexual o como se llame. Feisbuc en su versión inglés está experimentando dieciséis posibilidades de autoidentificación.


¿Y la familia? -discreparán muchos-. ¿Cual familia? ¿La punalúa? ¿La familia poligámica? ¿La poliándrica? ¿La patrilocal? ¿La matrilineal? ¿La patrircal, a secas? ¿La extensa o la nuclear? ¿La monoparental? Lo que pasa es que de los múltiples tipos de familia que existen y funcionan, se están creando otras nuevas, y el abanico abierto es interminable, como siempre fue. Ya juzgaremos en el futuro los resultados, que no van a ser ni mejores ni peores que los que arrojan los tipos de familias actualmente existentes y que defendemos cada quien desde su sitio cultural. ¿Que tienes dos papás o tres mamás? Lo mismo que si no tiene ninguno y creces en comunidad como en los kibutz radicales del siglo pasado...

Discutir esto a estas alturas del desarrollo humano es como querer discutir la ley de la gravedad, podemos no estar de acuerdo con ella, pero si soltamos una piedra desde el noveno piso en cualquier parte del mundo, esta va a caer inevitablemente. Se trata, de que no nos caiga sobre la cabeza, parados justo debajo, por falta de entendimiento.

15 de septiembre de 2015

UNA TRILOGIA UNIVERSAL

Si a estas alturas del siglo llegara a la Asamblea General de las Naciones Unidas una solicitud de resolución presentada, por ejemplo por el Reino de Baréin, donde se postulara que el principio ancestral de sus culturas, que ha permitido mantener la paz y la concordia en esa sociedad durante siglos y que dice "no seas asesino", para que sea reconocido y aprobado por el Pleno y pase a formar parte de los principios reconocidos por el sistema internacional, no creo que un solo país se opusiera y la resolución quedaría aprobada por unanimidad.

Restaría saber, desde luego, los comentarios de los embajadores y representantes asistentes, que habrán recibido con antelación instrucciones de sus gobiernos para acelerar este trámite y pasar a temas más importantes como la suerte de los refugiados sirios, que si tiene que ver con la muerte, la cotidiana, la de las guerras, la de verdad.

Hago esta digresión por lo del ama sua, ama llulla y ama kella, que como el "no matarás" son desde el principio de los tiempos valores universales de todas las sociedades mínimamente organizadas; incluso de aquellas que no tienen o no tuvieron un Estado. Se trata de valores universales, enraizados en todas las culturas, como en la de parte de nuestros antepasados indios de Los Andes, también, como en la cultura cristiana de nuestros otros abuelos, los europeos.

Pero a nadie se lo ocurriría la novedad de que Grecia, por ejemplo, planteara a estas alturas -vuelvo a repetir- el reconocimiento de la libertad o la justicia como valores del sistema internacional de naciones, porque fueron ellos los que hace como cuatro mil años lograron expresarlos.

Otra cosa sería ver al Rey de Baréin, el Emir Hamad bin Isa Al Jalifa, que así se llama, regodeándose con la declaración que acepta su "no matarás", como si fuera un invento de la sociedad bareiní y un gran aporte a la humanidad. Nosotros mismos, sin ser ni mejores ni peores, no podríamos contener una risa y decir que el tal Emir se está chanceando con su pueblo, diciéndoles que ese valor, ancestral y único ha sido incorporado en el siglo XXI a los principios que rigen la humanidad.

6 de septiembre de 2015

SOCIO ASOCIADO EN SOCIEDAD

El Parlamento de Puerto Rico tomo ayer una decisión que a mi me parece muy importante para la vida y la identidad de ese pueblo caribeño, restableció el castellano como primera lengua oficial de ese país, relegando a segundo lugar al ingles, que hasta ayer era el idioma jurídicamente más importante.

Y es que Puerto Rico es parte de nuestra comunidad hispano-hablante y no es hijo de la cultura, la tradición y el lenguaje anglosajón. Bien-retornados amigos y hermanos portorriqueños.


Esto me recordó un poema de Nicolás Guillén, cubano universal que piensa y escribe al ritmo del son, que lo he leído muchas veces, y lo he escuchado cantado por Ana Belén, Rosa León, Paco Ibañez:


CANCION PORTORIQUEÑA

¿Cómo estás, Puerto rico, 
tú de socio asociado en sociedad? 
al pie de cocoteros y guitarras, 
bajo la luna y junto al mar, 
¡qué suave honor andar del brazo, 
brazo con brazo del Tío Sam! 
¿En qué lengua me entiendes, 
en qué lengua por fin te podré hablar, 
si en yes, 
si en sí, 
si en bien, 
si en well, 
si en mal, 
si en bad, si en very bad? 

Juran los que te matan 
que eres feliz... ¿Será verdad? 
Arde tu frente pálida, 
la anemia en tu mirada logra un brillo fatal; 
masticas una jerigonza 
medio española, medio slang; 
de un empujón te hundieron en Corea, 
sin que supieras por quién ibas a pelear, 
si en yes, 
si en sí, 
si en bien, 
si en well, 
si en mal, 
si en bad, si en very bad? 

Ay, yo bien conozco a tu enemigo, 
el mismo que tenemos por acá, 
socio en la sangre y el azúcar, 
socio asociado en sociedad: 
United States and Puerto Rico 
es decir New York City with San Juan, 
Manhattan y Borinquen, soga y cuello, 
apenas nada más... 
No yes, 
no sí, 
no bien, 
no well, 
sí mal, 
sí bad, sí very bad!