ALTERNATIVAS

4 de agosto de 2025

EQUILIBRIOS

Sin el gobierno de Evo Morales, Bolivia probablemente habría avanzado en su vocación natural de convertirse en una potencia energética y en un nodo articulador de las comunicaciones en el subcontinente. Habríamos consolidado acuerdos regionales, infraestructuras logísticas, corredores bioceánicos, circuitos económicos a la medida de nuestra ubicación privilegiada y nuestras riquezas naturales. Pero —y hay que decirlo con franqueza— seguiríamos siendo una sociedad regida por una oligarquía política cerrada sobre sí misma, refractaria a cualquier redistribución del poder.


Ese es el dilema que nos atraviesa como país. El MAS no trajo justicia, pero desplazó —aunque parcialmente— a una élite que se creía heredera del Estado y propietaria de la nación. Tampoco trajo igualdad, pero rompió sellos, abrió compuertas simbólicas y materiales a sectores históricamente silenciados. Sin embargo, su permanencia degeneró en otra forma de privilegio: un aparato mafioso disfrazado de “movimientos sociales”, una cooptación del Estado que asfixia la iniciativa privada, corrompe la institucionalidad y secuestra el porvenir.

Por eso, más allá de nostalgias o condenas, lo urgente es retomar la iniciativa. No sólo para reparar lo dañado, sino para reinventar el proyecto económico desde el impulso ciudadano. Es hora de terminar con el centralismo que estrangula a las regiones, permitir que la riqueza se quede, se reproduzca, se multiplique. Apostar por la libre empresa, por la producción, por la innovación; sin ceder ni un milímetro en la defensa de los derechos laborales ni de las conquistas sociales que nos costaron décadas.

No hay desarrollo sostenible sin equilibrio político y cultural. Aquello que en otros países es base de estabilidad —el respeto a las reglas, la cultura del pacto, la alternancia— aquí sigue siendo una batalla inconclusa. Pero no imposible. Si aprendemos de nuestra historia; si dejamos de oscilar entre redentores carismáticos y tecnócratas sin alma; si construimos instituciones que miren más allá del inmediatismo, podremos por fin avanzar hacia una democracia que no administre apenas los conflictos, sino que habilite el porvenir.


Porque la verdadera potencia de Bolivia no está en sus reservas de gas ni en las vetas de litio. Está en su gente. En la capacidad emprendedora de sus regiones, en su mestizaje cultural, en su memoria histórica y en su voluntad de futuro. Retomar la iniciativa no es otra cosa que eso: dejar de sobrevivir y empezar, por fin, a vivir como país.

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