Uno de los grandes problemas que tienen los partidos políticos en Bolivia es que sus dirigentes no distinguen bien sus roles en el partido de su responsabilidad en las instituciones estatales donde trabajan; los dirigentes no saben diferenciar lo que se tiene que hacer en el partido político, separádolo de la gestión gubernamental bajo su responsabilidad.
Por ejemplo, los masistas insisten en que han construido teleféricos y carreteras, y creen garantizar así el voto de sus seguidores, diez años después, justo cuando la gente empiezan a dudar de mantener a Morales Ayma en el poder. No bastan los teleféricos para revivir la esperanza y menos la credibilidad de los discursos preparados para ganar indefinidamente las elecciones, mentira tras mentira.
Esta no es una deformación masista solamente. Les pasa a todos, según la concentración de poder que les corresponde y los años que la ejercen, sea regional o municipal. Es un defecto de la cultura política nacional, del populismo boliviano que cargamos sobre nuestras espaldas.
En las calles no es tan así. Cada vez más y con insistencia se renueva lo antipartido en el seno de las organizaciones ciudadanas, más espontaneas y poco duraderas que los partidos, pero dispuestas a adaptarse mejor a la realidad gelatinosa de hoy, que cambia todos los días. Estas plataformas son la base de la autoconvocatoria ciudadana que ha logrado épicas victorias contra el autoritarismo masista y que pueden vencer la más importante batalla: hacer respetar el voto popular, expresado en el resultado del referéndum del 21F. ¡Bolivia dijo NO! es la consigna.
Porque estas plataformas se organizan de forma distribuida, lo que les permite expresar con libertad sus consignas e intereses, que pueden ser variados y sorprendentes. Son burbujas en el aire, como en las redes sociales: los vegetarianos y veganos por acá, las promociones de colegios por el otro lado, los católicos de la pastoral del barrio junto a los médicos vestidos de blanco, y en medio, ayudando con todo lo que pueden, los partidos políticos tratando de atraparlos a todos... y no pudiendo.
Y los partidos no pueden culpar de ellos a los ciudadanos; somos los ciudadanos los que debemos responsabilizar de esto a los partidos. Los partidos se creen irremplazables porque la ley impide que ningún otro tipo de organización participe en las elecciones, lo que es un cuello de botella, que impide que las plataformas se proyecten. Los partidos parecen gatos esperando a los ratones, porque saben que los liderazgos emergentes tienen que tocar sus puertas si quieren proyectarse en algo el año 2019.
¿Alguien cree que un partido político, o todos juntos y al mismo tiempo, pueden organizar algo como la Marcha Mundial este 21 de febrero? Que los bolivianos en La Paz, en Roma y ojala que en El Cairo, vayamos a salir a las calles, las plazas y los caminos para defender el 21F?
¿Alguien cree que un partido político, o todos juntos y al mismo tiempo, pueden organizar algo como la Marcha Mundial este 21 de febrero? Que los bolivianos en La Paz, en Roma y ojala que en El Cairo, vayamos a salir a las calles, las plazas y los caminos para defender el 21F?
Los partidos mantienen como forma de funcionamiento la vieja tradición de centralismo democrático, vertical y disciplinado, estamentado y jerárquico y no pueden dejarlo de lado sin correr el riesgo de que se les subleve la base solicitando cambios, de ideas, pero sobre todo de liderazgos; esa es la razón de semejante confusión de roles. Los partidos no quieren cambiar nada, ni un milímetro, porque tienen miedo que los invada el pueblo.
Y allí está la madre del cordero, el partido que quiera proponerle futuro a la sociedad boliviana, tiene que adaptar sus estructuras hacia una mentalidad distribuida, tiene que pensar digital. Los partidos analógicos están muertos.
Y allí está la madre del cordero, el partido que quiera proponerle futuro a la sociedad boliviana, tiene que adaptar sus estructuras hacia una mentalidad distribuida, tiene que pensar digital. Los partidos analógicos están muertos.
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