ALTERNATIVAS

2 de mayo de 2013

DERECHOS EXPECTATICIOS

Toda acción (u omisión) tiene su precio, y el tiempo lo cobra inevitablemente.


Cuando el año 1989 Jaime Paz, siendo tercero entre los candidatos ganadores y amparado por la norma electoral de ese entonces, logró convencer al Gral. Banzer de apoyar su elección como Presidente de la República y cruzó “los ríos de sangre” (como vino a apodar la historia a semejante decisión), la política se transformó en Bolivia y las barreras ideológicas se diluyeron; la “democracia pactada” se corrompió, haciendo posible negociar todo hasta con el mismísimo diablo para conseguir los objetivos aspirados; pero a “palabra empeñada, palabra cumplida”, los actores de ese entonces fueron firmes con el acatamiento de sus compromisos.

Después de años hice con Jaime Paz esta misma reflexión y entre las cosas que él me dijo, resalta el hecho de que el mío era un reclamo tardío. En su momento nadie protestó, nadie del entorno bramó consternado por los hechos; como ahora los cortesanos de Evo que tampoco dicen "esta boca es mía", se hacía fila para ver si tocaba ser ministro, subsecretario (se llamaba así a los viceministros), gerente de algúna empresa estatal, embajadore, o cosas así, tan del poder por el poder, que a veces da vergüenza recordarlo. A mí me tocó dirigir las políticas gubernamentales para la juventud y quedé al margen de los grandes acontecimientos (por eso, a veces hablo fuerte sin que se me mueva un pelo), pensando que estábamos construyendo el camino del socialismo democrático, como ahora deben pensar otros ingenuos, que están consolidando la revolución y “el cambio”.

Con Evo lo supimos desde un principio: todo vale para consolidar la revolución; es la ética del cambio. Hay que destruir la institucionalidad democrática e instalar la dinámica sin tiempo de la revolución, donde las decisiones se adaptan a la coyuntura, sin más responsabilidades que "obedecer al pueblo". El aparato (los aparatos) del Estado (al servicio exclusivo de una casta que inevitablemente se oligarquiza con el tiempo), se mimetizan con "el pueblo", se anula la intermediación y se empodera a pequeñas mafias prebendales, que en Bolivia llevan el nombre de "movimientos sociales". Funciona así en todos los modelos del neo/fascismo remozado; pero igual que en las peores mafias, hasta allí tiene valor y peso "la palabra empeñada". Hasta los regímenes más autoritarios, inmorales e injustos (que no es el caso, aunque estamos en camino) se sustentan en la fortaleza de la palabra del caudillo.

Evo Morales hace tiempo que empezó a labrar el surco de siniestros acontecimientos. Sin importar la ley (“yo le meto nomás”) ha roto también con su palabra. Lo pactado entre él y el entorno político boliviano, que viabilizó la Constitución del Estado Plurinacional, ha sido desechado de una manera ruin. “Si aquí lo puse, no me acuerdo” nos ha espetado el Presidente, y ha marcado con ello el devenir de la política: no importará lo que se sostenga, comprometa y diga, todo podrá pasar al cajón de los olvidos y cada quien hacer lo que tenga que hacer, en beneficio propio. La política se ha deshonrado, el honor (?) se ha perdido para siempre. Rearmar la hasta ahora maltrecha confianza (que ha quedado subsumida en un fango de mentiras) en lo que se promete y se pacta, costará años, sino décadas. Triste el apodo con el que se tendrá que juzgar desde la historia esta ladina conducta embotada de patrañas, solo por lograr continuar en el poder.

Había otros caminos. La reforma constitucional y el referéndum –se le dijo y se le pidió–, cumpliendo la Constitución y con las leyes, era la manera correcta, con la que seguramente los masistas hubieran logrado similares resultados, sin enlodar la política hasta tan hondo. Ha quedado claro que Evo Morales, ultrajando su propia investidura, es capaz “de matar a su propia madre, con tal de asistir a la fiesta de los huerfanitos”.

Pero palabra que no se cumple, otorga derechos (si quieren expectaticios, como le enrostramos a Chile hace pocos días, por sus ofrecimientos incumplidos). El Dr. Victor Paz Estenssoro hizo el año 1964 algo ligeramente parecido a lo que Evo ahora, aunque utilizó otros ardides y un mejor camino: reformó la ley en su puro beneficio, pensando en sí mismo. Pero su reelección otorgó derechos, permitió pensar y argüir la ilegitimidad del régimen y la posibilidad de desconocer la autoridad así adquirida. El botín movimientista de ese entonces finalizó con un Golpe de Estado que aupó al Gral. René Barrientos Ortuño a gobernar los destinos de la nación, y se inició una historia que duró 20 años, sin democracia, donde mandó a palos el más fuerte. Se instauró el tiempo de las dictaduras.

Evo Morales se ha convertido en un tirano al margen de la ley, así lo elija el pueblo con el cien por ciento de sus votos (menos uno, así sea solo el mío), porque todo lo que se hace y se haga desde Palacio a partir de ahora, será para cumplir sus deseos y saciar sus apetitos de poder; las leyes, la justicia, las asambleas y los parlamentos,  la política, su propio partido, cuentan hacia adelante mientras le sean funcionales. ¿Cuántos no se sentirán tocados hoy? ¿Cuántos pensarán que han adquirido nuevos derechos, así sean puramente expectaticios?

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