Luis Revilla lo tiene complicado en este su camino de reelección a la Alcaldía de La Paz, y si no lo hace muy, pero muy bien, terminará por regalársela al MAS, que ha de estar como un mastín hambriento, esperando atrapar el hueso que le vaya a caer de la mesa de los principales invitados.
La tiene complicada primero por la estructura del voto que lo sustenta. Gran parte de esa votación no es incondicional, opta por Revilla en las municipales y vota por Evo en las nacionales. Eso hace temer que si el candidato masista realiza una campaña que convenza a ese electorado de clases medias emergentes que votar por el MAS es mejor para La Paz, eventualmente podría llevarse una buena cantidad de esos electores a su lado. Para la agrupación de Revilla es más complicado, ese dato le indica que su campaña no puede ser confrontacional, directa y dura contra el MAS, porque puede dañar la sensibilidad de esos electores, tan importantes para cualquier triunfo. A la inversa, una actitud así parecerá tibia y poco comprometida con las clases medias tradicionales, más afectas a votar por alguien claramente enfrentado con el autoritarismo masista, como se demostró con Tuto estas últimas nacionales.
Y habrá contendores en los cuales pensar. Tremendos, duros y poderosos contendores los que UN y el PDC pondrán para frenar a Revilla, porque queda en la memoria la posibilidad que él encarnó de constituirse en la cabeza de una candidatura única de oposición, que se calificó en su momento como más apta y viable que la de Samuel o la de Tuto. Es decir, Samuel y Tuto, que se creen habilitados para las nacionales del 2019 van a hacer todo lo que sea necesario para frenar a Revilla, que aparece como el peor escollo a sus respectivas carreras presidenciales. ¡Si puedes eliminarlo ahora que es aún débil, mátalo ya!
El otro problema es “el síndrome sin miedo”. Por origen, por historia y por proyección, los seguidores de Juan del Granado, que son los mismos que rodean a Lucho Revilla, y él mismo, creen que el espacio de su pelea está en la disputa por la conducción del Proceso de Cambio (y no se equivocan, lo que me ha hecho pensar siempre que ellos están más en la vereda del autoritarismo que en la de la democracia), lo que los ha obligado a disputarle a Evo Morales un liderazgo que es imperturbable, y en cuyo empeño se han alejado de los sectores que podrían servir de mejor y más fiel sustento aunque eso significara cambiar de bando, por lo que son vistos como una rémora o un lastre por estar vinculados al pasado o con la derecha. En ese camino Juan y ahora Lucho guardan dentro suyo una tendencia al aislamiento, que ya los ha llevado al despeñadero.
Y finalmente la soberbia. Eso de creer que uno es el elegido, tan fácil en nuestra cultura de caudillos y jefecitos: ¡Ahora que el Chapulín se ha muerto… solo yo puedo ayudarlos!
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