Hoy, a ninguna persona se le podría pasar por la mente renegar contra el derecho que tenemos mujeres y hombres por igual para votar en las elecciones; sin embargo, hace cien años atrás era difícil convencer a las personas de este derecho universal. La mayoría pensaba que las mujeres no tenían derecho a votar, a elegir, a tomar decisiones, a manejar una cuenta de ahorros en un banco… Si hoy alguien propusiera volver a ese pasado, sería visto como un troglodita, insólito y desubicado; ni el más conservador de los conservadores se animaría a apoyarlo, públicamente al menos.
Igual con tabúes como el derecho a las relaciones prematrimoniales y la virginidad… Hoy por hoy, casi a nadie se lo ocurriría defender la obligación de las mujeres de llegar vírgenes al matrimonio, sino que, al igual que los varones, ellas han conquistado el derecho a vivir una sexualidad plena y satisfactoria.
Si uno revisa un manual sobre la historia de la sexualidad humana verá cómo han cambiado las condiciones, las creencias y los derechos de hombres y mujeres a lo largo del tiempo, desde que hace miles de años atrás los seres humanos logramos cosas tan anti-natura como girar la clásica posición de la cópula animal y poder hacer el amor mirándonos a los ojos, cara a cara; o no depender del momento de fertilidad para tener una relación, sino poder hacerlo cuando tenemos ganas. Y es que la sexualidad humana, como todas las otras actividades de la especie no pertenecen al mundo de la naturaleza sino al de la cultura y, como tales, depende de las condiciones de desarrollo material, intelectual, tecnológico, ideológico y espiritual de los seres humanos.
El mundo de la naturaleza es un mundo cerrado sobre sí mismo. Las leyes naturales se cumplen inexorables y sin reclamo en todo el universo conocido. A diferencia de ello, el mundo de la cultura es el de la LIBERTAD. Las abejas o las ovejas nacen y mueren abejas u ovejas, sin opciones, el ser humano nace humano pero puede ser ingeniero, torera, astronauta, cura, cocinero o prostituta; el mundo humano (el del libre albedrío bíblico) es el mundo de la libertad.
Y la sexualidad humana pertenece a ese mundo, no al cerrado círculo de la naturaleza. Hemos sido nosotros (por ejemplo) los que hemos creado los anticonceptivos y hemos desligado el placer de la reproducción, cambiando el sentido de nuestra sexualidad; eso, para los ultraconservadores y para quienes no entienden la riqueza de ser un humano y no una ballena, seguirá siendo un hecho antinatural, aunque hoy la mayoría de la población en las sociedades ilustradas comprenden y viven esa diferencia con claridad y sin traumas. Gozar del sexo, en todas sus dimensiones, ha dejado de ser pecado hace décadas atrás.
Pasa lo mismo con la homosexualidad. El “diseño original” como le llaman los creacionistas ha dejado de funcionar hace siglos, y hoy el mundo y la cultura humana, han abierto las posibilidades científicas, tecnológicas e ideológicas para que una persona nacida mujer se sienta hombre y pueda convertirse en hombre, o a la inversa. O siendo varón y sin dejar de serlo, llegar a la conclusión de que particularmente a él le gusta compartir y disfrutad de y con seres de su género. Eso es posible en este maravilloso siglo. Y como ello, muchas combinaciones.
Lo correcto, en el mundo de la libertad, es entender que hasta aquí hemos llegado y con esfuerzo propio, y que no hay ninguna razón para reprimir y mucho menos cambiar esa realidad ya constituida. Cualquier intento es ir contra la historia de creación y desarrollo de la humanidad (que no va a detenerse porque se nos ocurra defender un origen que ha quedado enterrado hace milenios), aunque los cambios actuales pudieran ser tan rápidos que nos perecen más agresivos frente a nuestra capacidad de adaptación.
Nadie tiene derecho a frenar la libertad, que es la principal creación de la especie, junto al trabajo, que es la capacidad de transformar la naturaleza en beneficio propio. Intentar hacerlo es querer detener y estancar el cauce de la cultura humana; y yo me niego. Apoyo por estas razones la libertad de ser varón, mujer, homosexual, lesbiana, bisexual, travesti, transexual, intersexual o como se llame. Feisbuc en su versión inglés está experimentando dieciséis posibilidades de autoidentificación.
¿Y la familia? -discreparán muchos-. ¿Cual familia? ¿La punalúa? ¿La familia poligámica? ¿La poliándrica? ¿La patrilocal? ¿La matrilineal? ¿La patrircal, a secas? ¿La extensa o la nuclear? ¿La monoparental? Lo que pasa es que de los múltiples tipos de familia que existen y funcionan, se están creando otras nuevas, y el abanico abierto es interminable, como siempre fue. Ya juzgaremos en el futuro los resultados, que no van a ser ni mejores ni peores que los que arrojan los tipos de familias actualmente existentes y que defendemos cada quien desde su sitio cultural. ¿Que tienes dos papás o tres mamás? Lo mismo que si no tiene ninguno y creces en comunidad como en los kibutz radicales del siglo pasado...
Discutir esto a estas alturas del desarrollo humano es como querer discutir la ley de la gravedad, podemos no estar de acuerdo con ella, pero si soltamos una piedra desde el noveno piso en cualquier parte del mundo, esta va a caer inevitablemente. Se trata, de que no nos caiga sobre la cabeza, parados justo debajo, por falta de entendimiento.
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