ALTERNATIVAS

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7 de abril de 2025

IZQUIERDAS Y DERECHAS

EN EL COMPLEJO ENTORNO DE LA POLÍTICA BOLIVIANA


Las categorías de izquierda y derecha, más que una simple herencia de la distribución de curules parlamentarios cuando la Revolución Francesa, responden a visiones distintas sobre la naturaleza humana y la organización de la sociedad. Mientras algunos afirman que estas categorías han caducado, lo cierto es que, mientras persista la abismal desigualdad entre ricos y pobres, seguirán siendo útiles para comprender el mundo político. Negar su vigencia, en nombre de una supuesta superación ideológica, no es otra cosa que una postura ideológica en sí misma.

La derecha parte de la idea de que los seres humanos estamos determinados por cualidades naturales inalterables: así como unos nacen más inteligentes o más hábiles, gordos unos y flacos los otros, también hay quienes les toca el ser pobres o ricos. Desde esta óptica, la desigualdad es inevitable e incluso necesaria, pues el esfuerzo individual es visto como el motor de la historia y del desarrollo. Los más capaces arrastran e impulsan al resto, como una locomotora a los vagones del tren social.

La izquierda, en cambio, sostiene que los seres humanos no estámos sujetos a leyes naturales inmodificables como los animales. A diferencia de las abejas, que no eligen ni pueden cambiar su rol en la colmena, los seres humanos hemos construido nuestros mundos a través de acuerdos, leyes, instituciones y valores, muchos de ellos fruto de las movilizaciones y la resistencia politica. La libertad, por ejemplo, no es un estado natural, sino una conquista cultural. Desde esta perspectiva, todo —desde la economía, la cultura, hasta lo que podríamos considerar puramente biológico, como la sexualidad humana— es una construcción social, y como tal, es susceptible de ser transformado.

Un buen ejemplo es el trabajo femenino. Históricamente invisibilizado y sin valor económico reconocido, el cuidado del hogar y de los dependientes no era considerado “trabajo”. Esta injusticia estructural, como tantas otras, no es natural: es cultural, histórica, y por lo tanto, modificable; vivimos ahora un tiempo en el que las mujeres reivindican la obligación de visibilizar ese trabajo, y valorarlo. Para la izquierda, la distribución de la riqueza responde a decisiones humanas y puede ser reestructurada de forma más equitativa. Esa posibilidad es también una obligación ética: quien comprende que la desigualdad es una construcción, no puede permanecer indiferente ante ella. Comprometerse con su transformación no es una consigna, sino un acto de integridad.


Sin embargo, al trasladar estas categorías al terreno político boliviano, emergen algunas dificultades. En Bolivia, izquierda y derecha no se expresan como proyectos ideológicos coherentes y duraderos, sino que están atravesados por factores históricos, sociales y culturalmente particulares. La política nacional se ha organizado más bien a partir de bloques sociales de poder que se reconfiguran cada cierto tiempo, aproximadamente cada treinta años, y que no se ajustan estrictamente a las divisiones ideológicas descritas.

En lugar de partidos con identidades ideológicas definidas, Bolivia ha tenido movimientos políticos con fuerte impronta populista, en los que coexisten dirigentes y militantes de distintas orientaciones, acomodándose según la coyuntura. Ni las élites tradicionales han logrado consolidar una derecha moderna, liberal y democrática, ni las clases emergentes han conseguido estructurar una izquierda democrática sólida. Los ejemplos del MNR, el MIR o el MAS ilustran este patrón: proyectos que se presentaron como nacionales, democráticos y populares, pero que en su evolución concentraron poder, se corrompieron, y se alejaron de sus principios fundacionales, priorizando la preservación del poder sobre la coherencia ideológica.

Así, el mapa político boliviano se caracteriza por una difusa frontera entre izquierda y derecha. Las tensiones reales siguen girando en torno a la distribución del poder, del excedente económico, del rol del Estado y del mercado. Pero estas disputas se expresan en términos más asociados a la representación de intereses y privilegios, sociales y económicos, que a plataformas ideológicas claras.

Hoy, el futuro político de Bolivia parece orientarse hacia un proyecto amplio y plural, donde convivan visiones liberales, socialdemócratas, feministas, ecologistas y comunitarias, unidas más por el compromiso democrático que por una doctrina única. Ante la crisis del modelo actual, impuesto durante años por el MAS, criticado por su estatismo centralista y sus redes clientelares, surgen propuestas que apelan a una unidad supraidelógica, centrada en la libertad, la justicia social, el emprendimiento empresarial y la equidad.

En última instancia, si bien izquierda y derecha siguen siendo referentes útiles para interpretar el mundo, en Bolivia su aplicación resulta limitada por la historia y la cultura política del país. Aquí, lo ideológico cede frente a lo pragmático, y lo doctrinario frente a la capacidad de articular demandas nacionales y populares. La tarea pendiente es construir una política que, sin renunciar a los valores, sea capaz de representar esta complejidad sin diluirse en el oportunismo.

7 de febrero de 2022

29 de marzo de 2020

ESTADO Y MERCADOS ¿Otra vez?

La pandemia del coronavirus ha puesto de relieve, una vez más, la tensión entre Estado y mercado en el mundo entero. Esta reflexión no tiene carácter localista, entiéndaseme bien, no vayamos a cometer la injusticia de juzgar este pequeño texto desde la coyuntura nacional boliviana, aunque sirva también para aportar en la deliberación interna.


La tensión se expresa puntualmente en el recurso social a un Estado fuerte, que tenga la capacidad para administrar la crisis y sus impactos, no solo controlando el cumplimiento de las normas que se dicten en cada país, sino garantizando la atención a todas y todos los ciudadanos, sobre todo los más pobres y necesitados, al tiempo que, garantice la circulación de los bienes necesarios para asegurar la sobrevivencia de la gente.

Sucede que los liberales del mundo consideran (y está bien desde su perspectiva, pero no es suficiente) que el aporte del mercado en esta crisis se sintetiza en la entrega de alcohol en gel, barbijos, guantes y así, hasta respiradores y unidades de terapia intensiva. Ese es nuestro aporte, escriben, proclaman y reiteran desde la defensa a ultranza de “la mano invisible” que a estas alturas nos sirve tanto como a cualquier manco; a tiempo que esperan la contraparte desde la seguridad social, la rebaja de los servicios, la subvención de parte del trabajo no esencial recluido en los domicilios de sus trabajadores.

Pero cuando se les toca el bolsillo, cuando se les pide que sigan pagando trabajadores que no producen por algunos días, o que no se los despida de nóminas y planillas, a ver cómo sobreviven; cuando se les dice que la banca va a dejar de cobrar unos meses capitales e intereses, entonces sí que el mercado solicita subvenciones y grita por el rol del Estado y se siente aliviado cuando los jefes de gobierno decretan la inyección de miles de millones para paliar esos problemas. Sino, previenen a gritos sobre la desestructuración de la producción y el empleo.

En resumen, el aporte es que compremos barbijos y respiradores. El mentado aporte empresarial es multiplicar la capacidad de producción para atender a tantos. Y van a abaratar los precios y mejorar las ayudas hasta los confines del planeta, con artículos de primera, segunda y quinta, más caros y baratos según los puedan pagar en cada lugar del mundo.

¡No es así! Así no vale. Aquí el aporte lo ponemos todos y todas, sin que importe dónde se ubica cada quien en el sistema productivo. Los que menos tienen con menos y los que más tienen con todo lo posible, que ha de ser bastante, como corresponde. La justicia y los equilibrios democráticos exigen hoy la participación y corresponsabilidad de todos y todas para salvarnos de esto, y si los estados no pueden solos, el sistema empresarial tiene que poner de su parte, como en cualquier economía de guerra, porque en ello estamos.


Otra es la reflexión sobre los efectos políticos de la pandemia. Eso vendrá después, porque tampoco podemos permitir que la necesidad de estados fuertes y eficientes, devenga en fortalecer los populismos autoritarios que pululan por todos los rincones en desmedro de las democracias liberales, que son la fuente de la convivencia pacífica y el desarrollo económico en los países de occidente.

14 de marzo de 2018

NARRATIVA

LA NUEVA NARRATIVA POLÍTICA, que es el cimiento de toda propuesta que solo construye opinión pública si se instala en el imaginario social como parte del sentido común ciudadano, TIENE CUATRO CONDICIONES:

Debe ser NACIONAL, no sirven los relatos regionales ni locales; en ella se tiene que sentir cómodo lo mismo un potosino que un beniano, y así para todos.

Debe ser TRANSVERSAL, no sirve si hace referencia a la causa específica o a la afinidad del grupo que la promueve; debiera hilvanar causas tan disimiles como a los animalistas junto a quienes están interesados solamente por defender los resultados del 21F.

Debe tener RAÍCES, no sirve si aparece descolgada como expresión generacional nacida de la nada; una narrativa necesita héroes, próceres, grupos que defendieron los principios, gente que construyó o luchó por el poder estatal para lograrlo.

Debe INTEGRAR las demandas de los descontentos que suben con las de los descontentos que bajan. No se puede trabajar en democracia si no se integra a todos los descontentos, algunos estuvieron y se decepcionaron del poder vigente los últimos años, otros lo criticaron con firmeza, otros fueron indiferentes. Se los necesita a todos.

Y un acápite necesario: Los actores de las democracias contemporáneas no son ya los Partidos Políticos exclusivamente, porque no alcanzan a integrar en su seno las causas y reivindicaciones sociales, disimiles y hasta contradictorias, que se organizan en Plataformas Ciudadanas de diverso tipo. Sin embargo, al final del día, estas plataformas no pueden reemplazar a los partidos que son actores únicos en los procesos electorales nacionales. La NARRATIVA es un mecanismo para el acercamiento de unos y otros; sin ella la ciudadanía estará cada día más lejos de la política.

29 de junio de 2016

A GALOPAR

En Tuiter y en Feisbuc hay una avalancha de jinetes falsos. Están contratados con órdenes precisas: seguir paso a paso de los activistas de la Libertad y contrarrestar nuestra presencia. Es común a todos los regímenes autoritarios, en Venezuela esto comenzó hace años, y sin éxito, como puede verse.

El problema del método gubernamental es que quienes hacen el trabajo no están convencidos de lo que escriben, porque lo hacen a cambio de un sueldo. Por ese motivo su participación es mediocre, sin alma, sin argumentos; es fácil silenciarlos.

Receta uno: A los que insultan e intimidan, a los que copian consignas repetidas, como trolls detrás de cada uno de nosotros, hay que bloquearlos y punto; hacer como si no existieran. Si se bloquean, ya no te ven y tú tampoco puedes verlos. Que se desengañiten gritando, el pueblo los verá haciendo sus piruetas y decidirá seguirlos o no; que seguro que no, porque no aportan nada.

Receta dos: A los que pretenden discutir y argumentar, hay que tomarlos en serio. Ellos también son seres humanos, tienen ideas, defienden valores en su mundo privado. Yo debato con ellos, les doy lugar e importancia, mi testimonio es sólido, ellos siguen un libreto. De esa manera el pueblo que mira puede observar la controversia y tomar partido, muchas veces hasta participar en la disputa. Y quienes defendemos la Libertad y la Democracia tenemos mejores explicaciones sobre lo que está sucediendo y la razón histórica. A veces pienso en convencerlos y que mañana pudieran ser mis aliados.

A nosotros nadie nos paga. Escribimos lo que escribimos porque creemos en ello, porque estamos dando una batalla ideológica y podemos hablar en nombre de la mayoría que observa silenciosa, hasta que se pierda el miedo. El 21F hemos vivido un “enjambramiento” y la gente conoce ya el Poder de las Redes y sabe que está en sus manos.

Para ponerle ánimo y ritmo a este mensaje, he editado un viejo poema de Rafael Alberti, haciéndole un par de cambios para adaptarlo a los usos locales, pero es el mismo de siempre, de los luchadores por la Libertad, en cualquier parte del mundo; está dedicado a nosotros. Se llama Galope:


Las tierras, las tierras, las tierras resuenan,
las grandes, las solas, desiertas llanuras.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
al sol y a la luna.

A corazón suenan, resuenan, resuenan
las tierras profundas, en las herraduras.
Galopa, jinete del pueblo,
caballo cuatralbo,
caballo de espuma.

Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie;
que es nadie la muerte si va en tu montura.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
que la tierra es tuya.

¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!

27 de mayo de 2016

SOBRE LA LEY 26743

Hoy, a ninguna persona se le podría pasar por la mente renegar contra el derecho que tenemos mujeres y hombres por igual para votar en las elecciones; sin embargo, hace cien años atrás era difícil convencer a las personas de este derecho universal. La mayoría pensaba que las mujeres no tenían derecho a votar, a elegir, a tomar decisiones, a manejar una cuenta de ahorros en un banco… Si hoy alguien propusiera volver a ese pasado, sería visto como un troglodita, insólito y desubicado; ni el más conservador de los conservadores se animaría a apoyarlo, públicamente al menos.

Igual con tabúes como el derecho a las relaciones prematrimoniales y la virginidad… Hoy por hoy, casi a nadie se lo ocurriría defender la obligación de las mujeres de llegar vírgenes al matrimonio, sino que, al igual que los varones, ellas han conquistado el derecho a vivir una sexualidad plena y satisfactoria.


Si uno revisa un manual sobre la historia de la sexualidad humana verá cómo han cambiado las condiciones, las creencias y los derechos de hombres y mujeres a lo largo del tiempo, desde que hace miles de años atrás los seres humanos logramos cosas tan anti-natura como girar la clásica posición de la cópula animal y poder hacer el amor mirándonos a los ojos, cara a cara; o no depender del momento de fertilidad para tener una relación, sino poder hacerlo cuando tenemos ganas. Y es que la sexualidad humana, como todas las otras actividades de la especie no pertenecen al mundo de la naturaleza sino al de la cultura y, como tales, depende de las condiciones de desarrollo material, intelectual, tecnológico, ideológico y espiritual de los seres humanos.

El mundo de la naturaleza es un mundo cerrado sobre sí mismo. Las leyes naturales se cumplen inexorables y sin reclamo en todo el universo conocido. A diferencia de ello, el mundo de la cultura es el de la LIBERTAD. Las abejas o las ovejas nacen y mueren abejas u ovejas, sin opciones, el ser humano nace humano pero puede ser ingeniero, torera, astronauta, cura, cocinero o prostituta; el mundo humano (el del libre albedrío bíblico) es el mundo de la libertad.

Y la sexualidad humana pertenece a ese mundo, no al cerrado círculo de la naturaleza. Hemos sido nosotros (por ejemplo) los que hemos creado los anticonceptivos y hemos desligado el placer de la reproducción, cambiando el sentido de nuestra sexualidad; eso, para los ultraconservadores y para quienes no entienden la riqueza de ser un humano y no una ballena, seguirá siendo un hecho antinatural, aunque hoy la mayoría de la población en las sociedades ilustradas comprenden y viven esa diferencia con claridad y sin traumas. Gozar del sexo, en todas sus dimensiones, ha dejado de ser pecado hace décadas atrás.

Pasa lo mismo con la homosexualidad. El “diseño original” como le llaman los creacionistas ha dejado de funcionar hace siglos, y hoy el mundo y la cultura humana, han abierto las posibilidades científicas, tecnológicas e ideológicas para que una persona nacida mujer se sienta hombre y pueda convertirse en hombre, o a la inversa. O siendo varón y sin dejar de serlo, llegar a la conclusión de que particularmente a él le gusta compartir y disfrutad de y con seres de su género. Eso es posible en este maravilloso siglo. Y como ello, muchas combinaciones. 

Lo correcto, en el mundo de la libertad, es entender que hasta aquí hemos llegado y con esfuerzo propio, y que no hay ninguna razón para reprimir y mucho menos cambiar esa realidad ya constituida. Cualquier intento es ir contra la historia de creación y desarrollo de la humanidad (que no va a detenerse porque se nos ocurra defender un origen que ha quedado enterrado hace milenios), aunque los cambios actuales pudieran ser tan rápidos que nos perecen más agresivos frente a nuestra capacidad de adaptación.

Nadie tiene derecho a frenar la libertad, que es la principal creación de la especie, junto al trabajo, que es la capacidad de transformar la naturaleza en beneficio propio. Intentar hacerlo es querer detener y estancar el cauce de la cultura humana; y yo me niego. Apoyo por estas razones la libertad de ser varón, mujer, homosexual, lesbiana, bisexual, travesti, transexual, intersexual o como se llame. Feisbuc en su versión inglés está experimentando dieciséis posibilidades de autoidentificación.


¿Y la familia? -discreparán muchos-. ¿Cual familia? ¿La punalúa? ¿La familia poligámica? ¿La poliándrica? ¿La patrilocal? ¿La matrilineal? ¿La patrircal, a secas? ¿La extensa o la nuclear? ¿La monoparental? Lo que pasa es que de los múltiples tipos de familia que existen y funcionan, se están creando otras nuevas, y el abanico abierto es interminable, como siempre fue. Ya juzgaremos en el futuro los resultados, que no van a ser ni mejores ni peores que los que arrojan los tipos de familias actualmente existentes y que defendemos cada quien desde su sitio cultural. ¿Que tienes dos papás o tres mamás? Lo mismo que si no tiene ninguno y creces en comunidad como en los kibutz radicales del siglo pasado...

Discutir esto a estas alturas del desarrollo humano es como querer discutir la ley de la gravedad, podemos no estar de acuerdo con ella, pero si soltamos una piedra desde el noveno piso en cualquier parte del mundo, esta va a caer inevitablemente. Se trata, de que no nos caiga sobre la cabeza, parados justo debajo, por falta de entendimiento.

23 de enero de 2015

EL RITUAL DE TIAWANAKU

La República, la Nación, el País, son conceptos que pueden contenernos a todos los habitantes y estantes de un determinado territorio. El Estado no, ningún Estado.

El Estado es una maquinaria, un conjunto de instituciones y/o aparatos burocráticos, cuya función principal es permitir y legitimar el gobierno de unos sobre otros. Quienes logran (legítimamente o ilegítimamente) apoderarse de ese conjunto de aparatos, adquieren la capacidad de tomar decisiones que otros tienen que acatar. Por eso, cuanto más democracia mayor reparto multipartidario del poder estatal, y cuanto menor, más concentración y centralización alrededor de un solo grupo. El discurso populista narra esta apropiación disponiendo y machacando la idea de que el Estado populista es el pueblo. Desde la vereda ciudadana, a esos grupos se le llama oligarquías o nomenklaturas, en Bolivia los conocemos de siempre, les llamamos “roscas”.

Cuando el gobierno boliviano pasó de ser el de una República, a ser la rosca del Estado plurinacional (yo le llamo en sorna pluritutifrutico, porque no me creo eso de la nación cultural) selló contra la ciudadanía la condición de súbditos desplazados del poder, y dejó a la sociedad (la sociedad civil y la sociedad a secas) a merced de las decisiones de quienes tutelan el Estado. Para justificar semejante arbitrariedad, el poder se autocomplace y regodea asegurando que “el pueblo” es quien domina y gobierna el Estado. Para que eso sea creíble es necesario un relato mítico que explique los orígenes y el destino de esa apropiación estatal. El mito está creado, la gente repite y cree (parcialmente al menos) esta fábula.


Por eso la lucha política en Bolivia se desarrolla fundamentalmente en el terreno de lo simbólico, a pesar de que la articulación de las alianzas con los grupos que asemejan representar la diversidad social sea pragmática y gire alrededor de demandas concretas y no de naturaleza cosmogónica e ideológica. Esta paradoja se produce porque la intermediación entre el Estado plurinacional y la sociedad está circunscrita a la relación entre el gobierno y los “movimientos sociales” que son entidades corporativas, por lo que su cohesión está signada por la capacidad de cada uno de ellas de alcanzar objetivos materiales, por su participación espuria en el reparto del excedente concentrado en las arcas del Estado.

Eso explica la necesidad recurrente de retorno a las wiphalas, cuando ya parecían olvidadas y poco tienen que ver con el discurrir cotidiano del modelo desarrollista y extractivitas, clientelar y patrimonial, remozado por el MAS estos últimos diez años. De vez en vez, una cada año, el relato mítico busca encarnar un paradigma, el paraíso prometido de los cristianos, la sociedad sin explotados ni explotadores de los marxistas, la llegada del tiempo del Pachacútuec incaico.

Imaginemos un sueco, o un canadiense, joven, buscando horizontes que la crisis del paradigma democrático occidental parece ya no ofrecerle, y de pronto, en lontananza, divisa a un indio sudamericano que le habla de Jerónimo o Toro Sentado, o de los mapuches del sur, los lapones nórdicos, de las tribus en Borneo, o de los zulúes del África; ligando toda esa llamativa marginalidad digna del Buen Salvaje rusoniano a un llamado a detener la destrucción del planeta tierra, al equilibrio con la naturaleza, al encuentro de cada quien consigo mismo, como copiado de un manual New Age. Cualquiera gastaría tres mil dolaracos en confeccionar un traje para tan singulares eventos, incluido el cetro; y muchos más dolaracos aún para desenterrar a los amautas ocultos en todos los rincones de la tierra y completar los extras de la película. A pesar de ser un cuento, una patraña vil y mentirosa, como han sido todas esas quimeras a lo largo de la historia humana, hay que reconocer sus pretensiones y cuán lejos pretenden llegar. En el Estado pluritutifrutico no cabemos todos, pero en el mito sí.

Con semejante batería, sin contestación relevante al frente, los masistas seguirán haciendo lo que quieran, en beneficio propio y de los cuatro amiguetes que les quedan, durante varios años más. ¡Felicidades!

12 de mayo de 2009

EL PODER DE LA UNIDAD (1)

Para leer EL CHAT del día miercoles 20 de mayo de 2009, solo tienes que ir a:


http://www.diariocritico.com/julio-aliaga-lairana/333/chat.html

Lo que sigue es el texto introductorio de consulta, para no desviarnos del tema:

EL PODER DE LA UNIDAD (1)

Las encuestas muestran que la preocupación principal de la gente es la UNIDAD de Bolivia. Unos y otros les echan la culpa a sus adversarios por estar dividiendo la nación, entre regiones, razas, culturas, clases sociales, entre el campo y las ciudades. Esto se ha convertido en una gresca visceral, sin argumentos, que no busca soluciones, sino lastimar y desprestigiar a los eventuales oponentes.

Buscando soluciones, aclaremos que hay dos formas de entender la unidad.







La primera, es elemental, excluyente y mecánica: estamos unidos porque somos iguales frente a los otros, que son distintos; nos unen el origen (somos aimaras, por ejemplo), la actividad o condición (somos campesinos), la geografía (hemos nacido en Santa Cruz), la raza, el idioma, la religión. Estas formas de unidad son fruto del destino, no de la voluntad humana.

La unidad elemental impide relaciones más complejas, entre grupos diferentes. Ninguna sociedad se ha desarrollado unida por estas características; para crecer, para desarrollarse, las sociedades tienen que conseguir una forma de unidad más complicada. La unidad de las naciones se basa en un sistema que permite unir a gente diferente entre si; unir a campesinos y citadinos, a negros y blancos, a pobres y ricos, a católicos y musulmanes, no es cosa sencilla. Para que esto pueda darse tiene que existir un fin superior, algo más grande que la raza o que la etnia. La Nación es algo más grande que una tribu.

Una de esas formas superiores de unidad es la ideológica y/o política (que no es lo mismo). Por encima de las razas, etnias, culturas, oficios, idiomas o religiones, se puede conseguir la unidad con otros, porque se confía en las mismas cosas, porque se opta por una propuesta, una forma de vida, de economía, un sistema de gobierno.

Podemos estar juntos porque creemos en la democracia: elegimos a los que se destacan entre nosotros para que nos representen y así dialoguen y se entiendan con otros, en nuestro nombre; sería incongruente que una persona que piensa como un liberal represente a un grupo de comunistas. Ese pequeño detalle es muy importante para construir la unidad política.

En las sociedades desarrolladas la representación suele ser clara, delimita quiénes, dónde y para qué. Existe un sistema de instituciones que impide que se produzcan cambios bruscos; para cambiar, el sistema impulsa transformaciones que se producen de a poco, aunque sumadas en el tiempo pueden ser verdaderas revoluciones. También hay una regla sagrada que todos tienen que cumplir y es que cada cierto tiempo se impone el cambio democrático de quienes gobiernan, hay una rotación de las élites en el poder; de esa manera, si algunos han cometido un exceso, vendrán otros a remediarlo.

Muy importante también es que la gente se organice de acuerdo a sus intereses, es difícil pensar que los banqueros quieran aumentar los impuestos al sector financiero, o que los pequeños campesinos apoyen el latifundio; de esa manera la gente se une alrededor de dos o más corrientes importantes, que compiten entre sí. Actualmente en el mundo sobresalen los conservadores, los liberales, los socialdemócratas y el socialismo democrático; también existen versiones locales, en América Latina el populismo es una característica política muy importante.

El populismo propone otras formas de unidad, porque como no le importa lo que ofrece, sino que se acomoda a lo que la gente quiere, tampoco le importa que la unidad se construya entre quienes promueven cosas diferentes, porque el fin último del populismo es conquistar y mantenerse en el poder, no desarrollar las instituciones, ni mejorar la calidad de vida de las personas. Por eso es difícil encontrar sociedades que se hayan desarrollado sobre la base permanente de regímenes populistas. Puede haber desarrollo sin unidad, o pura unidad sin desarrollo, pero ninguno de los dos caminos sirve para llegar muy lejos.

Los bolivianos nos hemos acostumbrado a unirnos eventualmente para alcanzar el poder. Cuando los lideres se unen solo para conquistar el poder no saben qué hacer con él, salvo utilizarlo para beneficio propio, como está sucediendo con el MAS. Ahí tenemos una deficiencia ética muy profunda y difícil de vencer. En la oposición no estamos mejor, hay quienes creen que se pueden unir dios y el diablo, solo para derrotar a Evo Morales; esa unidad no sirve para mucho, es más bien perjudicial, porque impide la articulación de un proyecto alternativo de unidad democrática, y puede terminar confundiendo el derrotar con derrocar, lo que resulta inaceptable.

Uno puede construir la unidad de la oposición aprovechando algún liderazgo consolidado, como parece que va a suceder ahora, alrededor de Victor Hugo Cárdenas o algún otro liderazgo emergente. Lo que no puede hacerse es intentar reunir a todos, por ejemplo, sería difícil pensar alrededor de Cárdenas una bancada conservadora de restauradores, junto a un grupo de socialistas, solo por librarse del gobierno actual; una cosa así solo podría producir una bancada ingobernable, que no garantizaría nada, como le ha pasado a la agrupación PODEMOS, las últimas elecciones.

Quiero proponer tres círculos para la unidad. El primero es general y abierto: la democracia. Allí entramos casi todos. A la derecha e izquierda hay pequeños grupos que no creen en el sistema de la democracia representativa, ni en sus instituciones principales, que son los partidos políticos y el Congreso Nacional como actores y espacio de dialogo y decisiones; les hemos escuchado hablar durante años, de los indios y de los blancos (hay racistas en todos lados), de las mujeres, de los homosexuales, de otras minorías; en la democracia no hay mucho espacio disponible para radicales fundamentalistas, racista, machistas, homofóbicos, etc.

El segundo círculo de unidad es ideológico. Dadas las circunstancias necesitamos un Frente Amplio, una Alianza Electoral de convergencia. Allí cabemos desde el liberalismo social al socialismo democrático, porque la propuesta tiene que ser de centro-izquierda. Es imposible pensar que actualmente pueda desarrollarse con éxito una propuesta conservadora, de derecha tradicional; más bien los vientos soplan hacia las corrientes progresistas, democráticas y populares. Ahí estamos nosotros.

El tercer círculo es programático, que no puede ser sino socialdemócrata, dados los tiempos que corren, porque no podemos aceptar ni la supremacía del mercado, como quieren los liberales, como tampoco podemos aceptar la hegemonía absoluta del Estado, que nos lleva a una visión autoritaria, populista y etnonacionalista, como lo que tenemos ahora con el MAS. La salida está justo en el medio, es típicamente socialdemócrata, plantea el respeto a la propiedad y la libre iniciativa privadas, al tiempo que reivindica un rol redistributivo a favor de los más pobres para el Estado.

Eso no quiere decir desconocer los profundos e importantes avances que han traído Evo Morales y sus muchachos, la inclusión, la presencia y la participación de los y las indígenas es algo que no puede dejarse de lado; el Estado laico, el freno al latifundio, los nuevos derechos comunitarios, en fin, una lista de importantes logros. Al revés, eso no significa desconocer los valores de la democracia liberal, la igualdad ante la ley, el respeto a las normas y los procedimientos que son iguales para todos, el gobierno de las instituciones, la libertad de opinión, de prensa y de organización, el respeto a los derechos humanos.

Ese es el camino para hacer las cosas bien, como la gente.