La huelga de hambre del Gobernador Felix Patzi ha puesto un dedo en la llaga del secante centralismo boliviano, pero a diferencia de la mayoría de los casos, esta vez el reclamo se gesta en la sede de gobierno, en la mismísima plaza Murillo de la ciudad de La Paz.
El reclamo forma parte de la reducción de los presupuestos que impone la coyuntura económica y que afecta a las gobernaciones, los municipios y las universidades, cuyos ingresos dependen de la coparticipación en el Impuesto Directo a los Hidrocarburos, cuyos precios se han venido abajo los últimos años, haciéndonos “tocar tierra” y entender que la realidad no es la jauja que vivimos durante siete años, y que la despilfarró el gobierno de Morales Ayma.
El gobierno que encabeza el presidente Morales, maneja cerca de un 80% del dinero disponible, y ejecuta proyectos municipales y departamentales a diestra y siniestra y sin coordinación con las instituciones locales.
Es ahora cuando se siente el centralismo con más fuerza. La disminución de las capacidades de inversión, ejecución y decisión en departamentos y municipios, ha dejado cada día más vulnerable a la población, siendo el Gobierno interplurimultiple (no sé cómo llamarlo en este país de gobierno sin nación y naciones sin gobierno), ideologizado al extremo y autoritario al límite, quien decide lo que se hace o no, lo mismo en La Paz que en las fronteras con el Brasil, digamos que en Riberalta o Yacuiba.
Una condición del programa de oposición democrática es la descentralización radical y el respeto a las autonomías. A la inversa de lo que sucede, el nuevo pacto fiscal (terminada la era masista, se entiende) debe invertir los porcentajes: un 80% para gobernaciones y municipios y un 20% al Gobierno Central para sus tareas de coordinación y construcción de consensos y cumplir con sus pocas funciones nacionales (porque habrá que restablecer una Nación), como son las Relaciones Internacionales, la Defensa (de la Nación, no del Estado) y la coordinación de la Seguridad Interna.
Es más, soy partícipe de terminar con la recaudación centralizada y pasar esta responsabilidad a las gobernaciones, descentralizando impuestos, aduanas, policías y un sinfín de instituciones corruptas e ineficientes, a tiempo de ir mejorando las responsabilidades impositivas que tienen actualmente los municipios. Esa es la única manera de terminar con estos líderes mesiánicos, que ejercen el poder desde su voluntad, más que para cubrir las necesidades de sus pueblos y de las regiones, para cumplir sus caprichos, dejando al país en la necesidad de complacer lisonjas y adulos vergonzantes ante el mandamás de turno; que como Morales Ayma, para ello, no hay ninguno.
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