UN PAÍS EN VILO Y UNA VOZ CON FUTURO
EL PRIMER DEBATE PRESIDENCIAL DE BOLIVIA 2025
En
medio de una crisis que ha dejado al país exhausto —sin dólares, con inflación
creciente, combustible racionado y una justicia en ruinas—, el primer debate
presidencial televisado en décadas no solo marcó un hito, sino que delineó con
claridad los caminos posibles para salir del colapso. Más que un concurso de
oratoria o un desfile de promesas, fue un acto de reencuentro con la
deliberación democrática. Y entre los rostros presentes, emergió uno que no
solo entendió el momento, sino que supo estar a su altura.
Un liderazgo sereno en un país fatigado
Mientras
algunos apostaron por el efectismo técnico o la retórica del orden, hubo una
figura que conjugó claridad con mesura, experiencia con apertura. Samuel Doria
Medina no solo fue el más preparado; fue el único capaz de conectar la gestión
con la reconciliación, el dato con la sensibilidad. Su propuesta de acción en
los primeros 100 días de gobierno no fue un acto de marketing, sino la
expresión de una voluntad real de gobierno: eficaz, sobria y sin estridencias.
En un país harto de gritos y promesas, su tono fue elocuente precisamente por
su serenidad.
La
diferencia fue notable. Mientras Jorge Quiroga ofrecía un detallado —y
distante— plan de ingeniería institucional, Samuel habló desde el terreno,
desde la experiencia concreta de quien conoce los límites y posibilidades del
Estado boliviano. Y mientras Manfred Reyes Villa agitaba banderas de orden con
entusiasmo caudillesco, Samuel delineaba soluciones factibles, sostenibles, sin
recurrir al atajo populista ni al espejismo autoritario.
Las ideas claras y los silencios elocuentes
En
el bloque económico, Doria Medina evitó los maximalismos. Reconoció la magnitud
del colapso, pero no se quedó en la denuncia. Propuso mecanismos concretos para
estabilizar los precios, garantizar el abastecimiento de carburantes y
reactivar el crédito productivo, todo enmarcado en una ética de gestión
austera. Habló de eliminar privilegios y subvenciones improductivas, de empujar
la inversión privada con reglas claras, de recuperar la institucionalidad como
base de la recuperación. No vendió humo; ofreció gobernabilidad.
Pero
tal vez lo más relevante fue su capacidad de asumir los vacíos del debate. No
cayó en la comodidad del silencio frente a la crisis judicial o la
descomposición del sistema electoral. Y aunque el formato limitó la profundidad
de estos temas, Samuel dejó abierta una línea: la del consenso democrático como
vía para la reconstrucción del Estado. No se limitó a criticar; sugirió. No se
aisló; tendió puentes.
La unidad posible
El
intercambio entre Doria Medina y Quiroga fue uno de los momentos más
significativos del encuentro. Mientras otros se atrincheraban en relatos
cerrados, ambos delinearon coincidencias programáticas en temas clave como el
agro, el pacto fiscal y la inversión. Pero fue Samuel quien marcó el horizonte
con más lucidez: “No hay solución posible sin un acuerdo amplio”, dijo,
resumiendo en una frase el desafío mayor de este tiempo. Porque gobernar ya no
será mandar, sino concertar.
En
contraste, otros candidatos quedaron atrapados en viejas fórmulas. Eduardo del
Castillo defendió sin fisuras un modelo agotado, incapaz de reconocerse en
crisis. Johnny Fernández osciló entre el efectismo populista y la
improvisación. Y Manfred, aunque eficaz en la forma, no logró articular una
visión institucional del país. Solo Samuel asumió el reto de gobernar con
otros, sin negar sus diferencias, pero sin usarlas como pretexto para la
exclusión.
Un perfil que fusiona razón y compromiso
El
país no necesita salvadores ni tecnócratas inalcanzables. Necesita dirigentes
que puedan tender puentes entre el Estado colapsado y la sociedad que resiste.
Samuel Doria Medina encarna esa posibilidad. Su figura no promete refundar el
país en cien días, pero sí empezar a repararlo con responsabilidad, con manos
limpias y cabeza fría. Y eso, en una Bolivia desbordada por el desencanto,
puede ser el acto más revolucionario.
Una conclusión para el tiempo que viene
Este
debate no resolvió la elección, pero reveló con claridad los perfiles en
disputa. El tecnócrata sin pueblo, el caudillo sin equipo, el oficialista sin
autocrítica, el populista sin norte… y el gestor democrático que habla con
sensatez, piensa en el país y propone desde la experiencia. La Bolivia del
Bicentenario no necesita más pendulazos ideológicos, necesita equilibrio. No
más gritos, sino acuerdos. No más promesas vacías, sino compromiso real.
La
esperanza no está en quien más promete, sino en quien más sabe hacer. Y esta
vez, esa diferencia no fue retórica: fue visible, audible y, sobre todo,
confiable.
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