Nadie puede, solo el Tribunal Supremo Electoral hará campaña, dando a conocer las pocas virtudes de los resistidos candidatos seleccionados por el MAS, evitando que digan su palabra y hagan sus ofertas electorales, lo mismo que la ciudadanía y las instituciones civiles y políticas, acalladas también y obligadas a no pronunciarse. Incluso la promoción del rechazo y la protesta por semejantes condiciones, llamando a la abstención, al voto en blanco o nulo, están prohibidas. A más de ello, no habrá control en las mesas de votación y los jurados dispuestos por el Organo Electoral Plurinacional podrán acomodar los resultados a su gusto y necesidad. El propio Presidente del Estado plurimultiple ha rechazado a los observadores internacionales, para que nadie neutral evalúe el amañado proceso.
Por esos motivos hay que recurrir a sistemas de control innovadores y abiertos, que estén en manos de instituciones no estatales y se muestren críticos a los abusos que se pudieran cometer. Estoy proponiendo (ya se hizo en Bolivia) construir un sistema en red que, como en el programa keniata Ushahidi pueda aceptar, corroborar y publicar denuncias y testimonios, de manera georeferenciada, que muestre donde y quienes realizan e imponen actividades reñidas con las normas y con la honestidad electoral. No para incidir en los resultados, ya que "la autoridad" no va a permitir injerencia alguna, sino para mostrar y demostrar hasta donde llega la voluntad de tomar el sistema judicial y ponerlo al servicio de la estrategia de “poder total”, con otras intenciones que la reforma de la justicia.
El propio Presidente ha expresado públicamente su seguridad de inaugurar obras o encabezar actividades pasado este periodo gubernamental, sin cuidarse del qué dirán; y le va a meter nomás a la prórroga y reelección, que hasta ahora es ilegal, acomodando la ley a sus intereses y los del grupo que lo rodea, cuyo contenido e interés de clase, casi delincuencial, ha quedado a la vista. Y meterle nomás es controlar todos los sistemas políticos y aparatos estatales disponibles, que le permitan prorrogar su mandato en nombre de la revolución y el cambio.
Ushahidi es una de tantas maneras de que una sociedad como la boliviana (acorralada por núcleos arcaicos, pre-modernos y pre-democráticos), pueda reaccionar de manera abierta, democrática, participativa y dentro de la ley, para protagonizar la construcción de su propia historia, hasta ahora inconclusa. Experimentos de esa naturaleza se han logrado con relativo éxito en Bolivia; en buenas manos, pueden mostrar que hay una manera y una cultura subyacentes a nuestra propia historia, como nación boliviana (una nación política, no étnica como en el nazismo), de articular nuevas respuestas ciudadanas al abuso corporativista de grupos corrompidos por su propia incapacidad y falta de horizontes, hasta alcanzar el sueño de quienes fundaron una patria para todos: el bien común.
Así estamos. Así vamos. Esto no puede ni debe durar más allá del límite de nuestra degradación, hundiéndonos a todos en un agujero negro en pleno centro de América del Sur. La ciudadanía, los pueblos y las naciones tenemos la obligación de pelear por nuestros derechos y la libertad; más aún, naciones y pueblos que no lo hacen, tampoco lo merecen.
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