ALTERNATIVAS

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24 de mayo de 2025

EL CORAJE DE UN ENCUENTRO

SOBRE LA CONFERENCIA BOLIVIA360


En Bolivia, como en gran parte de América Latina, arrastramos una historia política marcada por el caudillismo, el personalismo y la confrontación improductiva. Los regímenes presidencialistas, desde Norteamérica hasta la Patagonia en Argentina, han sido, desde sus orígenes, más proclives a la soledad del poder que al ejercicio colectivo del gobierno. En nuestro país, los liderazgos tienden a formarse en burbujas ideológicas o mediáticas, desconectadas de sus pares y alejadas del sano contraste de ideas que fortalece las democracias modernas.

Esta cultura del aislamiento ha debilitado nuestra vida política. Cada candidato se presenta como el redentor solitario, ajeno a toda necesidad de consenso. Cada proyecto se concibe como absoluto y autosuficiente, sin necesidad de confrontarse con los otros. La falta de espacios donde los líderes políticos se encuentren cara a cara —para debatir, confrontar, disentir y, eventualmente, acordar— ha empobrecido nuestra democracia y ha acrecentado la polarización.

En contraste, los regímenes parlamentarios, en Europa y Canadá, obligan a los líderes a convivir en el disenso. Allí, la política se hace mirándose a los ojos, todos los días. Se construye a partir del reconocimiento del otro como interlocutor legítimo, incluso si se lo enfrenta. En esos espacios regulares de deliberación —los parlamentos— las ideas se prueban, los errores se evidencian, y las coincidencias emergen. La democracia, en su forma más robusta, no es el arte de imponer sino el arte de convivir con la diferencia.

Bolivia necesita con urgencia construir esa dimensión política del encuentro. Necesitamos foros plurales y regulares donde los líderes de las diversas fuerzas que aspiran a gobernar el país se escuchen mutuamente, expongan sus visiones de país, confronten sus programas, y —por qué no— también sus ambiciones. Solo así se puede saber quién es quién, qué propone cada cual, y en qué medida es posible construir puentes que permitan una agenda mínima común para el futuro del país.

Esto es particularmente urgente hoy, cuando Bolivia atraviesa una crisis económica, social e institucional profunda, y cuando el MAS en sus diferentes versiones, evistas, arcistas, androniquistas, con su hegemonía autoritaria, ha logrado encapsular la política en una lógica binaria de poder o exclusión. En este escenario, cualquier proyecto democrático que aspire a liderar el país desde este 2025 debe nacer del diálogo, no de la imposición; de la convergencia, no del dogma.

Los documentos la Alianza UNIDAD son claros al respecto: proponen una nueva etapa histórica en la que Bolivia se construya desde una síntesis entre la derecha liberal y la izquierda democrática, un encuentro entre empresarios y trabajadores, entre regiones y culturas diversas, entre Estado y mercado, entre tradición y modernidad. Esta síntesis no puede lograrse si no hay espacios donde sus líderes se escuchen y se reconozcan mutuamente.

Por eso valoro y aliento iniciativas como las de Marcelo Claure (que no es un santo de mi devoción, a más de bolivarista, lo que ya le resta puntos), que convocan al diálogo público entre los protagonistas del escenario político nacional. Estos espacios son más que necesarios: son indispensables. Podrían ser desde el campo político y no solo desde la academia, si se repiten en el país, el germen de una nueva cultura democrática basada en la deliberación pública, la confrontación franca y el respeto mutuo.

El futuro democrático de Bolivia no se construirá en la soledad de los cuartos de estrategia ni en las trincheras digitales, sino en el encuentro valiente entre quienes piensan distinto pero comparten un mismo país. No se trata de disolver las diferencias, sino de civilizarlas. No se trata de forzar una unidad ficticia, sino de propiciar una convivencia política que permita disputar el poder sin destruir los principios que hacen a nuestra República.

En ese espíritu, hay que valorar la iniciativa de la Conferencia Bolivia 360º en Harvard, que ha reunido a los líderes de la oposición democrática, para intentar superar sus egos, dejar de lado rencores, y asumir el desafío de dialogar con quienes piensan convergentemente. Porque una democracia sin diálogo entre sus líderes es una democracia sin futuro. Y Bolivia no puede permitirse seguir perdiendo el tiempo ni las oportunidades que la historia le pone por delante.

Hoy más que nunca, necesitamos audacia para encontrarnos, lucidez para discernir, y coraje para construir juntos lo que cada quien por su lado, en soledad, no podrá lograr jamás.

15 de abril de 2025

RECONCILIACIÓN

Bolivia, nuestro país de alma múltiple, de rostros diversos y memorias que no siempre se reconocen entre sí, ha levantado su historia —como quien construye a tientas una casa— sobre la inestabilidad constante de sus tensiones políticas, étnicas, regionales, culturales, de género, y generaciones. Nuestra diversidad, tan celebrada en los discursos oficiales, es también una fuente de malentendidos, una promesa traicionada por décadas de exclusión, prejuicios y desencuentros.

Hoy, el país no camina, cojea. La convivencia nacional se halla trizada, herida por divisiones que han echado raíces en lo más profundo del cuerpo social. Y esa fractura, lejos de ser un accidente, parece ya un método. Estamos urgidos no solo de reformas, sino de un acto de voluntad colectiva, de esa rara virtud política que es la capacidad de escucharse, de hablar sin gritar, de reencontrarse sin imponerse. Una reconciliación auténtica, no como consigna, sino como propósito civilizatorio.


La historia de Bolivia —no la de los manuales escolares, sino la que se arrastra por las calles y caminos de tierra y por los pasillos de los ministerios— es una historia de desigualdades paridas en el vientre del orden colonial. De un Estado que ha vivido de espaldas a sus pueblos, de un país que se desangra en la frontera invisible entre el altiplano y la llanura, entre el centro burocrático y las periferias olvidadas.

A esas tradicionales heridas se han sumado otras nuevas: ideologías convertidas en trincheras, instituciones estatales corroídas por la sospecha, un racismo estructural que cambia de rostro pero no de esencia, y una juventud reducida a estadísticas de desempleo y desilusión. Un centralismo caprichoso que impone desde arriba completa el cuadro.

El descontento regional no es un capricho: nace de una distribución que no distribuye, de autonomías que sólo se esbozan en los papeles, de un pacto fiscal eternamente postergado. Las tensiones étnico-raciales, por su parte, no son invenciones de agitadores, son el reflejo de siglos de exclusión sistemática, de una democracia que a veces parece más un decorado que una realidad. Y las generaciones más jóvenes —nacidas en tiempos supuestamente más libres— se encuentran atrapadas entre el escepticismo y la impotencia.

Cuando los líderes, en vez de suturar heridas, las abren con cinismo para eternizarse en el poder, lo que se deshace no es solo la política: es la nación. El odio deja de ser una anomalía y se convierte en una constante. La polarización, en costumbre. El otro, en enemigo.

Hablar de reconciliación no es pedir amnesia. No se trata de olvidar los agravios del pasado, sino de mirarlos de frente, de nombrarlos sin miedo y, lo más difícil, de repararlos con justicia. Porque un país no se salva negando su historia, sino asumiéndola con lucidez y con coraje. La reconciliación no exige unanimidad, sino respeto; no supone homogeneidad, sino convivencia.

El diálogo, tan subestimado en tiempos de furia, es el único camino digno. No como trámite burocrático ni como simulacro televisado, sino como ejercicio genuino de escucha y comprensión. Escuchar al que piensa distinto no debilita la identidad: la enriquece. Entender los temores del otro no es ceder, es humanizar el conflicto.

Hoy, como en otros momentos cruciales de nuestra historia, el desafío es gigantesco: reactivar una economía al borde del abismo, generar empleo sin sacrificar dignidad, defender los derechos humanos sin relativismos y, sobre todo, devolverle al país la fe en sí mismo.

Para eso, hacen falta espacios permanentes de diálogo social, mecanismos reales de consulta previa, y organizaciones sociales que no sean correas de transmisión de partidos, sino auténticas voces ciudadanas. El diálogo no puede seguir siendo privilegio de las élites: debe abrirse a las mujeres, a las y los jóvenes, a los pueblos indígenas, a los empresarios y a tantas y tantos emprendedores, a los trabajadores, a los líderes que todavía creen que la política es un servicio y no una farsa.

Porque, al final, el dilema que enfrentamos no es técnico ni ideológico: es moral. O aprendemos a convivir en la diferencia, o seguiremos repitiendo, con otras máscaras, el mismo drama de siempre.

Hubo una vez, lejos de aquí, un país desgarrado por el racismo institucionalizado, donde la ley dividía a los hombres por el color de su piel y la injusticia era doctrina de Estado. Sudáfrica, humillada por el apartheid, parecía destinada al abismo o a la venganza. Pero entonces, emergió Nelson Mandela con el African National Congress (ANC) que era su partido, quienes entendieron lo que tantos olvidan: que un pueblo puede elegir la grandeza cuando renuncia al rencor.

Mandela no fue un santo. Fue un político lúcido, estratégico, consciente de que la reconciliación no es un acto de ingenuidad, sino una apuesta por el porvenir. La Comisión de la Verdad y Reconciliación no borró los crímenes del pasado, pero permitió que las víctimas fueran escuchadas y los victimarios confrontados. No se impuso el olvido, sino la memoria compartida. No se ofreció impunidad, sino el coraje de mirar al otro sin odio.

Bolivia, marcada también por viejas injusticias y nuevas heridas, haría bien en estudiar esos ejemplos con humildad. Aquí también necesitamos comisiones, sí, pero no solo jurídicas: necesitamos pactos éticos, compromisos ciudadanos, instituciones que no sean botines de facciones, sino garantes de equidad. Requiere valor sostener el diálogo cuando todo empuja al grito. Pero ese es precisamente el momento donde se define el destino de un país.

La historia boliviana no ha sido amable ni lineal, pero nunca ha carecido de dignidad. Somos un pueblo que ha sabido resistir terremotos políticos, crisis económicas, traiciones históricas y falsas promesas. Nos han dividido muchas veces, pero jamás han logrado que dejemos de soñar.

Hoy, ese sueño reclama un nuevo capítulo. La Reconciliación Nacional y Social no es una consigna para carteles de campaña, sino una tarea de Estado, de ciudadanía y de conciencia. Solo reconciliándonos podremos convertir esta casa fragmentada en un hogar común, donde nadie tema ser quien es, donde todas y todos nos sintamos parte de un relato nacional.

Soñemos, sí, pero con los ojos abiertos. Con un país donde las diferencias no se cancelen, sino que se abracen. Donde las costumbres nativas no sean un folclore exótico, sino un pilar cultural. Donde la justicia no se incline ante los poderosos. Donde ser joven no sea una condena al exilio o al desencanto, y donde la política recupere su sentido más noble: servir.

Este es un llamado a reconstruir lo más frágil y esencial que tiene una nación, la confianza. A dejar atrás los dogmas que justifican la exclusión, las palabras que siembran odio, los gestos que degradan. A creer, incluso contra la evidencia, que el país que merecemos todavía puede ser construido.

Bolivia no será grande porque elimine sus diferencias, sino porque aprenda a vivir con ellas. No será admirada por su riqueza natural, sino por su madurez democrática. No será recordada por sus conflictos, sino por haberlos transformado en acuerdos.

Solo desde el centro de la política —ese lugar despreciado por los fanáticos y temido por los caudillos— puede nacer una política de reconciliación genuina. No porque el centro posea verdades absolutas, sino porque ha renunciado a ellas. Los extremos, encandilados por sus propias ficciones redentoras, no dialogan: pontifican, excluyen, purgan. En cambio, el centro, cuando es verdaderamente democrático, entiende que la política no es un campo de guerra, sino un espacio de construcción. Allí no se impone la uniformidad, sino que se reconoce la diversidad como un hecho irreversible de la vida social. Y es desde ese reconocimiento —no desde la furia ni el resentimiento— que puede iniciarse una reconciliación que no sea una farsa ni sufra de amnesia.

En Bolivia, ese centro no puede ser un remanso conservador ni una coartada tecnocrática. Debe ser un centro que se construya desde la derecha liberal hasta la izquierda democrática, en el sentido más noble de ambos términos: liberal, porque solo en la libertad se dignifica la vida humana; progresista, porque la justicia social no es un lujo, sino una urgencia. Y debe ser, además, un centro abierto: capaz de tender puentes entre regiones, culturas, lenguas y memorias. Nada más contrario a la reconciliación que el dogma, sea de izquierda o de derecha. Y nada más esperanzador, en una sociedad herida como la nuestra, que la voluntad serena de escuchar, comprender y, finalmente, convivir. Esa es la empresa más difícil de todas. Pero también, sin duda, la más necesaria.

La reconciliación no es el fin. Es el inicio de un nuevo tiempo. Y tal vez, la última oportunidad para hacer que la historia, esta vez, no se repita como tragedia, sino como esperanza.


14 de diciembre de 2021

BLANDENGUES PALOMAS *

La palabra “blandengue” aparece cada vez más en las redes y se hacen post y memes dedicados a lastimar la imagen de quienes así aparecen buscando el dialogo en tiempos de polarización y odios. Pareciera que lo más ensalzado es el grito de enfrentamiento y el ataque inmisericorde a los enemigos, a los que hay que denostar, si no eliminar apenas se pueda.

Y esto se ve acentuado por los "filtros burbuja" que se han normalizado en las relaciones en red, que permiten escucharse cada quien a si mismo, ocultando toda opinión contraria que cuestione nuestras creencias, o lo que es peor, nuestros prejuicios. Ese es el caldo de cultivo de la intolerancia y la pérdida de capacidad crítica, de reflexión, de escucha a quienes están al frente.

Acudiendo a las palabras de un buen amigo, Walter Guevara Anaya, cabe decir que un tercio de la opinión política considera que a las y los masistas hay que envenenarlos con raticida, mientras que el otro tercio cree que a los “pititas” de la derecha hay que fumigarlos con insecticidas varios. Y así estamos.

Existe un tercer tercio entre ambos bandos, que se mueve desconcertado hacia un lado y hacia el otro, como demostró la última elección nacional el año 2020, cuando de estar convencidos de votar por unos, un buen sector de ese centro migró hacia los otros, aunque posteriormente, en las municipales reculó hacia sus orígenes, en el blandengue centro de la población urbana, mestiza, de clases medias, boliviana antes que plurinacional por raza y por origen.

En los extremos, en ambos polos, están los halcones. Son personas y grupos que creen que solo un enfrentamiento definitivo puede saldar este entuerto; y nos están llevando a un callejón sin salida, porque sin dialogo no hay entendimiento, sin entendimiento no hay negociación, sin negociación no hay democracia. Es a esos halcones a los que hay que derrotar. La vida se nos va en ello.


Las democracias en el mundo son duraderas y sostenibles desde la emergencia de las clases medias, donde están los profesionales, los comerciantes, los emprendedores, las y los trabajadores que desean mantener y consolidar sus empleos… Entre los polos de burgueses contra proletarios, de mestizos indios contra mestizos blancos, de campesinos contra citadinos, de cambas contra collas, y a la inversa en todos esos casos, no hay democracia posible.

Y mientras la pugna continua y se acrecienta, no hay ley que valga, institución que gobierne, poderes que puedan actuar con independencia. No hay democracia.

Por eso quiero resaltar el papel de las palomas, en esta vieja clasificación de halcones y palomas, entre duros y blandos, a los que la ciencia política ha clasificado como arquetipos de una forma de ser y de actuar en toda confrontación política. Quiero resaltar a las palomas.


Conquistar el centro quiere decir, en primer lugar, olvidar los insecticidas y los raticidas, y reconocer que las y los del otro bando algo bueno tendrán, algo bueno habrán hecho, y por eso ha de ser que parte de sus propuestas recogen el reconocimiento de una parte de la población. En segundo lugar, conquistar el centro es hacer hasta lo imposible por encontrar lugares para el encuentro, por mínimo que este sea; tender puentes para el diálogo, por poco fructífero que parezca.

Hay que ser muy osado y muy valiente para ser una paloma en tiempos de escopetas, de una guerra no declarada. Hay que tener mucho coraje y perseverancia para ser blandengues en momentos de dureza. Y no se trata de dejar de pelear (entiéndase bien), de abandonar la presencia y el reclamo callejero; no se trata de abandonar las trincheras.

Quiero ser una paloma y trabajar con todo el palomar. Porque nuestro es el futuro, que si no (que quede claro) no va a haber futuro. Democrático, al menos.

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* Original publicado en https://talcual.bo/analisis/blandengues-palomas/ Se aconseja leer esto con espíritu navideño,


22 de agosto de 2016

¿DIALOGAR AHORA?

Como todo poder, cuando se debilita, quienes lo detentan requieren conversar con los que se les oponen o enfrentan: ha llegado la hora de las concesiones. Y desde el gobierno masista que preside Morales Ayma ya hay suficientes señales para entender que ese momento ha llegado, quieren dialogar con los cooperativistas, con los mineros, con los agricultores, con las autonomías y las regiones, dialogar con los alcaldes; a más de ello, claman dialogo con Chile, que ni siquiera les responde.


Los cooperativistas mineros, que ahora están en píe de guerra, no van a dialogar, porque saben de qué se trata; los han visto actuar y planificar múltiples traiciones. Más allá de sentarse a una mesa, exponer posiciones y demandas, de lo que se trata es de CREER que quien tienes al frente va a cumplir con los compromisos que se alcancen y eso es imposible con Morales Ayma y la Rosca masista que gobierna el país. ¡Es imposible creer en ellos.!

El diálogo es imposible porque no hay un mínimo de confianza. La política se construye sobre “acuerdos entre caballeros”, y aquí de caballerosidad, nada de nada.

No se requieren muchos ejemplos. El más claro y que sirve como argumento para todos, es el de la re-re-re-elección, después de tantos compromisos de cumplir, no solo la ley (que sería suficiente), sino la palabra empeñada (que muestra de cuerpo entero el con quienes estamos tratando), que es el colmo de lo demostrado. ¡Quien entre a negociar con el MAS se está engañando a si mismo!

Sabemos que toda concesión gubernamental, todo acuerdo, responde solo a la coyuntura y forma parte de la “estrategia envolvente” que asume el masismo como su ética base de compromiso. Apenas tenga la oportunidad y la fuerza, traicionará lo pactado para volver al camino del “poder total”.

Evo Morales Ayma y sus voceros NO SON INTERLOCUTORES VÁLIDOS para negociar, porque son ladinos y traicioneros, que no creen en lo que pactan. ¡Que nadie se vaya a engañar!

5 de agosto de 2015

RISA

El presidente Morales ríe. No solo se ríe, sino que sale a la prensa a declararlo para que sea noticia y lo difundan las radios y lo ventilen todos los periódicos. Al presidente Evo le han contado un chiste y él -magnánimo- quiere compartirlo con nosotros e, imagino, hacer que su pueblo se divierta también. Pero el presidente (faro, luz, guía y redentor de los bolivianos) se ríe de los potosinos, de sus inútiles pedidos en medio de la pobreza casi sin límites que hemos aprendido a olvidar, gracias a este redentor que les ha hecho creer a sus seguidores, que Bolivia es un país ya no del tercer o cuarto mundos, sino que ha salido de la pobreza, no tiene analfabetos, chapotea en la abundancia; y todo gracias a haber despilfarrado la bonanza (casi 200.000.000 de $us ha dispuesto su gestión) construyendo, por ejemplo, un teleférico que en realidad sirve para que se diviertan los turistas que nos visitan en La Paz, y nada más.


Y mientras sus carcajadas no han terminado de sonar, dice lo del Cónsul de Chile y amenaza con expulsarlo, dándole a La Moneda el mejor argumento para mostrar ante el mundo que lo que Bolivia quiere es joder y no solucionar el asunto marítimo, como afirma nuestra diplomacia con su decena de abogados y antiguos presidentes, contratada y bien pagada para atender nuestro sempiterno reclamo marítimo, ya que la Cancillería poco puede hacer por si sola, después de haber sido desmantelada de diplomáticos, reemplazados por masistas que aprendieron (en cursos acelerados, igual que con el aymara) a bailar danzas populares, porque a eso se ha reducido la participación boliviana en el mundo de las embajadas. Así se fueron por la borda años de esforzado trabajo, y la demanda en La Haya incluida. Como soy pesimista en este asunto, no creo que se pueda reparar el daño.

Yo nunca creí en la viabilidad de la demanda boliviana, porque sacó la aspiración marítima (justa y legítima)  del esquema multilateral y centenario, y la puso a disposición de los encuentros bilaterales con la socialista Bachelet, hasta que a Chile llegó "la derecha" y Evo se trasladó de los mimos maternales a una demanda internacional, con el deseo de hacer del problema un verdadero problema, y cuando estaba por convencerme de que esta vez podría ser... vino el redentor y mandó callar. Nunca creí en la demanda -repito- (y lo escribí desde el primer día) porque se trata de un pleito que quiere obligar a Chile a hacer lo que siempre ha fingido hacer: dialogar; sentarse a la mesa, lo que no es un avance para ningún lado, así ganáramos y los tribunales internacionales nos dieran la absoluta razón; estaríamos otros cien años "dialogando", esta vez de buena fe, como obligaría la sentencia. Pero de mar y soberanía para Bolivia, nada de nada.

Pero qué peor disposición para el diálogo que la respuesta del mismísimo presidente boliviano a una propuesta falaz y oportunista de reencuentro lanzada por Chile: restablezcamos relaciones para poder dialogar, nos dijeron, y salio el redentor con condiciones y amenazas, desde que nos devuelven en cinco años el mar y la soberanía (le faltó el carajo), mientras les expulsamos al espía que, como todos los periodistas que nos mandan, es un Cónsul disfrazado, que osa reunirse con la mera oposición -¡que atrevimiento!- y conspira contra Mí que soy el pueblo (no el potosino, desde luego).

El presidente Evo se ríe, como se ríen de él en los corrillos diplomáticos del pequeño mundo interesado en lo que hacemos y necesitamos los bolivianos. Pero el presidente Evo sabe (con tanta genuflexión frente al Papa seguramente habrá aprendido) de la sentencia casi bíblica por lo milenaria: "el que ríe último, ríe mejor". O sea que siga derrochando la poca plata que le queda, síganos produciéndonos vergüenza ajena, y siga destornillándose a carcajadas, que lo que viene hacia adelante, no es para dedicárselo a nadie. ¡Se lo digo de verdad!

13 de agosto de 2008

La depresión Post Parto




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Me equivoqué al pensar que el gobierno de Evo Morales era tan malo como creo que sigue siendo; algo bueno debe tener en algún lugar para que una parte de la población decida votar de manera tan contundente y ratificar su mandato, sin espacio a reclamos. Quienes hemos afirmado que era difícil una victoria del populismo etnonacionalista, debiéramos reflexionar hasta comprender en detalle qué es lo que no vimos o lo que no vemos, so pena de quedar así por mucho tiempo, sin iniciativas ni propuestas claras, que afecten a un cambio de tendencia en las preferencias electorales del pueblo



Hablar y reclamar por el fraude y la manipulación electoral no viene por el momento al caso, sería ridículo ponerse a protestar para deslegitimar los resultados, por la contundencia de los mismos. Ya aparecerán los especialistas que irán demostrando donde hubo y qué cosas, hasta cuestionar un 10% de la votación, que es lo que parece mal habido. También está lo de jugar solo, sin oponentes al frente y contando con todos los medios y recursos a favor. Pasado este enfrentamiento amistoso (por lo improductivo de los resultados), para jugar en serio, habrá que ajustar algunos temas que han quedado turbios: el padrón, por primera vez en Bolivia lo clones, el sistema de control social del voto, el mal uso de los medios estatales, la parcialidad de las cortes electorales y otros.



No me equivoqué en el sentido del referéndum. No era necesario, salvo para cambiar tres prefectos fuera de tiempo y por un año, rompiendo el equilibrio político en por lo menos dos departamentos; magro resultado. He dicho en sorna, que si vives en La Paz y no estás de acuerdo con el gobierno, más práctico y mejor poner una tienda de salchichas que militar en la oposición; a lo que me han respondido con acierto, que eso también dependerá ahora de que Evo le de a uno o no, permiso para vender salchichas.


El referéndum era innecesario, porque la legitimidad y el mandato de Evo Morales Ayma no estaban cuestionados, ni de los prefectos en la Media Luna; ahí los ven, sentados en sus sillones, luego de los aplausos, unos y otros con las caras largas, porque saben que con lo que tienen no pueden hacer lo que quisieran, aunque eso lo sabían también ya antes del referéndum.



El resultado clama al dialogo, entre actores que han perdido la capacidad de dialogar, o que no la tuvieron nunca. Se avecina otro paripé de encuentros, saludos, entrevistas y mesas televisadas, para que cada quien invoque por la cordura del otro, la tolerancia y la necesidad de consenso, pero haga poco o nada por ello, ya que como se ha optado por la mediación de los cívicos y los movimientos sociales, entre la sociedad y el Estado, quien ceda un poco frente al otro, se derrumba dentro de sí mismo. Ya estaremos en tres meses con el país bloqueado, las turbas en las calles y los caminos, y la desconfianza en los corazones.



La tiene más fácil el gobierno nacional, ya que la votación a su favor es tan contundente y clara que puede darse el lujo de abrir el dialogo, pero está social y culturalmente inhabilitado para ello. El Presidente tiene juego de cintura frente a su propia base y por lo tanto tiene la iniciativa, los prefectos de Santa Cruz, Tarija, Chuquisaba, Beni y Pando (en ese orden), tienen menos opciones, porque la estructura del voto en sus departamentos los pone a la defensiva y los hace más dependientes de las asociaciones cívicas y sus inflamados discursos, al borde del independentismo en algunos casos.




Rubén Costas, Prefecto, se pasó de rosca. Poner al departamento líder del proceso autonomista en un camino de creación de instituciones departamentales nuevas, desafiando al poder central de una manera que va más allá de sus fuerzas, contando con la votación que el MAS obtuvo en Santa Cruz de la Sierra, es una irresponsabilidad; desde otro lado, al Gobernador de Santa Cruz no le queda otra que salir al frente por sus fueros y tomar la iniciativa, para aglutinar a los suyos de manera compacta y firme, porque los va a necesitar muy pronto. Así como no habrá dialogo viable si el gobierno nacional no develve el IDH a las regiones, tampoco lo habrá si estas radicalizan su posición a semejantes extremos.