El suceso paraguayo, mostró de pronto y sin aviso que un Presidente podía ser destituido en apenas un zipizape, que duró un día y medio, de juicio sumarísimo, sin opción a defensa verdadera, y puso sobre el tapete del debate latinoamericano lo que está pasando con la institucionalidad democrática, cada día más débil y venida a menos. Una pena por Lugo que no merecía tan injusto desenlace y una pena por Paraguay, que demostró ser una nación bananera, como aquellas otras que cohabitamos en la región.
En la Bolivia plurinacional han pasado cosas parecidas, no con el Presidente, que muy asentado está sobre sus mayorías, populares y parlamentarias, que le garantizan gozar y abusar de su inmerecido pero legítimo poder, sino sobre los desgraciados gobernadores de departamentos de la fugaz “Media Luna” opositora, que sufrieron iguales arbitrariedades, teniendo que irse, sin que nadie pudiera defenderlos, a pesar del voto popular que los ungió en su momento.
Esto como introducción, porque a lo que quiero referirme es a la inconsistencia discursiva que se ha mostrado en Bolivia alrededor de este problema venido de Asunción. Inconsistencia que viene atravesando transversalmente los discursos de la política nacional (parte de la cultura política del desafortunado populismo boliviano, acunado con el MNR y ensalzado al límite por el MAS, pero del que no está exenta la oposición en su conjunto), quitándole contenido y sobre todo, restándole una cualidad indispensable a todo político(a): la falta de compromiso, la blandura flemosa entre lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace. Esa ha sido en otras partes (también en Bolivia lo hubo) y durante siglos, una cualidad de los gobernantes; de los grandes gobernantes, que marcaron el destino a las naciones.
El cortoplasismo boliviano en la política nos va a hundir en la desconfianza permanente, acentuando este creer que las cosas se dicen y se hacen solo para beneficio particular en la coyuntura; el estar al sol que mejor calienta ese ratito nomás. Lo de Lugo es un gran ejemplo.
La oposición democrática en Bolivia, si quiere ser consecuente con su rechazo a lo que ha denominado golpe institucional contra los gobernadores departamentales, Leopoldo Fernández en Pando, Cossio en Tarija o Suárez en el Beni, no puede apoyar ni justificar, en ningún caso, la destitución del Presidente Lugo en el Paraguay, que siguió el mismo camino.Al revés, el Gobierno boliviano, etnonacionalista y autoritario, que impulsó y reconoció la destitución de facto de los gobernadores y alcaldes de la oposición, utilizando maniobras arteras pero eficaces, no puede defender a Lugo, que fue destituido también bajo el imperio de las leyes paraguayas.
Lo demás es puro acomodo.
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