ALTERNATIVAS

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3 de enero de 2014

UN BOLIVIANO QUE NO VENDRÁ

El piloto Carlos Sainz, bi o tri campeón mundial, que ha vuelto a las andadas luego de un corto retiro del automovilismo, estará entre los que corriendo en el Dakar no pasarán por Bolivia, ya que son 151 autos y 71 camiones, los que seguirán el curso original de la competencia, entre Argentina y Chile, dejando las alturas andinas y el Salar de Uyuni solo para las motos. Los organizadores han argumentado que Bolivia no ofrece la seguridad suficiente como para que los grandes coches y sus comitivas de auxilio vengan por acá, por lo menos en este primer experimento que al país le ha costado conquistar, sobre varios millones de dólares de por medio.

El Buggy de Carlos Saiz, que esta vez pasará de largo

Carlos Sainz es hijo de Antonio Sainz, quien fuera Cónsul General Honorario de Bolivia en Madrid durante más de treinta años, lo que le ha valido una doble nacionalidad en su momento, que el corredor no pone mucho empeño en hacer notar. Pero que ha visitado nuestro país muchas veces, acompañando a su padre y él solo, es de no dudarlo, en la época en que a los europeos se les trataba como amigos y que Carlos debe recordar, paseando por los caminos de Bolivia como por su propia casa.

Esta vez no llegará, aunque hubiera sido de esperarlo. Si por nuestros caminos llegaran los feroces autos preparados para el más difícil rally del planeta, y esa tremenda caravana de dinosaurios mecánicos que son los camiones compitiendo por ganarse el desierto, habría que ir por lo menos a mirarlos pasar. Pero no, durante unas horas, entre el 12 y el 13 de enero cruzarán por nuestro territorio unas cuantas motos, entre las que destacan las de varios compatriotas a los que hay que alentar, y eso será la loca aventura del Dakar boliviano. Un flash, que muchas páginas web o periódicos especializados ni siquiera se han tomado el esfuerzo de publicar.

Rescato lo positivo: durante un día, ese día, habrán fotos de Bolivia circulando por el mundo, y no serán de cocaleros o narcotraficantes eludiendo fronteras y controles, ni de perseguidos injustamente por un sistema judicial execrable y obligados a escapar fantásticamente de un país “especial”, sino de los bellos y únicos paisajes del Salar, que quedarán en la memoria de millones, que cuando retorne la seguridad por estos pagos (Bolivia está actualmente en la lista de los países que peor trata a los extranjeros en el mundo), se animen a venir y visitarnos.

12 de junio de 2013

UN DAKAR JUSTICIERO

Se ha iniciado una campaña mundial contra la corrupción en la justicia boliviana. Las próximas semanas seremos testigos de un inusual tipo de activismo internacional al que los bolivianos no estamos, ni de lejos, acostumbrados.

Para mirarlo desde el lado bueno, hay que reconocer el aporte del Estado plurinacional: Bolivia ha dejado de ser un lugar anónimo y desconocido; la cantaleta del mar es algo que en el mundo se sabe desde siempre, de la coca-cocaína se viene hablando desde hace algún tiempo, pero esta nueva faceta nos era desconocida hasta ahora.


Varios congresistas norteamericanos han firmado un pedido dirigido a empresas e instituciones solicitando lo que pidió Sean Penn: que la carrera del Dakar suspenda su tránsito por Bolivia, hasta que se libere a Ostreicher de las manos corruptas de fiscales y jueces, que según dice haber conocido, responden más a intereses espurios del gobierno boliviano, si no a redes de extorsión que se enriquecen a costa de los acusados.

Cuando Penn, el Embajador de causas nobles (gran actor, amigo de Chávez, de Ortega y de cuanto prototiranuelo asoma por el continente), nombrado así por el mismísimo Evo Morales, denunció el caso Ostreicher y abrió las puertas para que conociéramos la poderosa red de masistas extorsionadores, describió su visita a las cárceles en nuestro país, diciendo que aquí “miles de prisioneros viven rodeados del tipo de salvajismo humano que sólo imaginamos en pesadillas”.

Y parece que los bolivianos estamos acostumbrados a ello, como a otras cosas estrafalarias; cuando uno está acostumbrado a algo eso suele pasar desapercibido de tanto estar ante nuestras narices, uno hace como que no las ve. Por ejemplo, no vemos nuestros minibuses, creemos que el transporte es así en todo el mundo y si no hemos salido de nuestro barrio (nadie tiene obligación de hacerlo) ni siquiera podemos imaginar las comodidades de un metro o un bus, limpios y cómodos, con calefacción o aire acondicionado.

Tiene que venir alguien de visita y contarlo fuera (como les pasó a los argentinos con el tango): “No imaginas cómo viajan los paceños, doblados en cuatro”. O, “conozco un lugar donde los fiscales y los jueces están todos comprados”. O, “no puedes concebir un país donde el Presidente se jacta de no haber leído un libro”. Y si quien lo grita a sotavento ha ganado un Oscar en Hollywood, se sienta entre parlamentarios y políticos progresistas del mundo y sale en la tele todos los días, puede hacérnoslo creer hasta a nosotros.

Cuando Sean Penn dijo lo de sabotear el Dakar pareció una salida más bien testimonial, una iniciativa personal. Pero olvidamos que ya con un par de sus declaraciones la justicia boliviana fue desnudada y no se mostró nada bien en sus paños menores. Penn no es solo el maravilloso actor de Milk o El Árbol de la Vida, sino un activista de la izquierda democrática norteamericana, con seguidores e influencia practica en muchos lugares del mundo.


O sea que norteamericanos, europeos, chinos y japoneses van a iniciar una recolección de firmas (medio millón, dicen) para pedir que el Dakar no pase por Bolivia, para denunciar que los bolivianos vivimos entre la corrupción más extrema, de un sistema judicial que amenaza, persigue, encarcela, obliga a huir a la gente, por razones extrajudiciales, políticas más bien, la más de las veces.

Pasen o no pasen por aquí las motocicletas del Dakar (porque los autos de verdad no van a venir), yo... en minibus, a descansar leyendo un libro en casa.