ALTERNATIVAS

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23 de enero de 2015

EL RITUAL DE TIAWANAKU

La República, la Nación, el País, son conceptos que pueden contenernos a todos los habitantes y estantes de un determinado territorio. El Estado no, ningún Estado.

El Estado es una maquinaria, un conjunto de instituciones y/o aparatos burocráticos, cuya función principal es permitir y legitimar el gobierno de unos sobre otros. Quienes logran (legítimamente o ilegítimamente) apoderarse de ese conjunto de aparatos, adquieren la capacidad de tomar decisiones que otros tienen que acatar. Por eso, cuanto más democracia mayor reparto multipartidario del poder estatal, y cuanto menor, más concentración y centralización alrededor de un solo grupo. El discurso populista narra esta apropiación disponiendo y machacando la idea de que el Estado populista es el pueblo. Desde la vereda ciudadana, a esos grupos se le llama oligarquías o nomenklaturas, en Bolivia los conocemos de siempre, les llamamos “roscas”.

Cuando el gobierno boliviano pasó de ser el de una República, a ser la rosca del Estado plurinacional (yo le llamo en sorna pluritutifrutico, porque no me creo eso de la nación cultural) selló contra la ciudadanía la condición de súbditos desplazados del poder, y dejó a la sociedad (la sociedad civil y la sociedad a secas) a merced de las decisiones de quienes tutelan el Estado. Para justificar semejante arbitrariedad, el poder se autocomplace y regodea asegurando que “el pueblo” es quien domina y gobierna el Estado. Para que eso sea creíble es necesario un relato mítico que explique los orígenes y el destino de esa apropiación estatal. El mito está creado, la gente repite y cree (parcialmente al menos) esta fábula.


Por eso la lucha política en Bolivia se desarrolla fundamentalmente en el terreno de lo simbólico, a pesar de que la articulación de las alianzas con los grupos que asemejan representar la diversidad social sea pragmática y gire alrededor de demandas concretas y no de naturaleza cosmogónica e ideológica. Esta paradoja se produce porque la intermediación entre el Estado plurinacional y la sociedad está circunscrita a la relación entre el gobierno y los “movimientos sociales” que son entidades corporativas, por lo que su cohesión está signada por la capacidad de cada uno de ellas de alcanzar objetivos materiales, por su participación espuria en el reparto del excedente concentrado en las arcas del Estado.

Eso explica la necesidad recurrente de retorno a las wiphalas, cuando ya parecían olvidadas y poco tienen que ver con el discurrir cotidiano del modelo desarrollista y extractivitas, clientelar y patrimonial, remozado por el MAS estos últimos diez años. De vez en vez, una cada año, el relato mítico busca encarnar un paradigma, el paraíso prometido de los cristianos, la sociedad sin explotados ni explotadores de los marxistas, la llegada del tiempo del Pachacútuec incaico.

Imaginemos un sueco, o un canadiense, joven, buscando horizontes que la crisis del paradigma democrático occidental parece ya no ofrecerle, y de pronto, en lontananza, divisa a un indio sudamericano que le habla de Jerónimo o Toro Sentado, o de los mapuches del sur, los lapones nórdicos, de las tribus en Borneo, o de los zulúes del África; ligando toda esa llamativa marginalidad digna del Buen Salvaje rusoniano a un llamado a detener la destrucción del planeta tierra, al equilibrio con la naturaleza, al encuentro de cada quien consigo mismo, como copiado de un manual New Age. Cualquiera gastaría tres mil dolaracos en confeccionar un traje para tan singulares eventos, incluido el cetro; y muchos más dolaracos aún para desenterrar a los amautas ocultos en todos los rincones de la tierra y completar los extras de la película. A pesar de ser un cuento, una patraña vil y mentirosa, como han sido todas esas quimeras a lo largo de la historia humana, hay que reconocer sus pretensiones y cuán lejos pretenden llegar. En el Estado pluritutifrutico no cabemos todos, pero en el mito sí.

Con semejante batería, sin contestación relevante al frente, los masistas seguirán haciendo lo que quieran, en beneficio propio y de los cuatro amiguetes que les quedan, durante varios años más. ¡Felicidades!

29 de marzo de 2009

La matriz indígena

Me dice Guillermo Cuentas, viejo amigo, con quien me encuentro en el (Café) Berlín del Sur (en La Paz) y nos ponemos a conversar una buena media hora, café irlandés incluidos, que el aporte del MAS a la historia es haber incorporado la matriz étnica a la construcción de la política nacional. “Ha convertido la matriz étnica en una categoría política” —me dice— y es verdad; "a partir de la emergencia victoriosa del MAS los indígenas son y serán parte sustancial de nuestra historia, han llegado para quedarse". “Ya era hora” —le respondo—. Él está de acuerdo.

Ya era hora, porque ningún país puede institucionalizarse ni como Estado ni como nación, si una cuarta parte de su población permanece marginada del proceso. Hay que reconocer el aporte del MAS y explicar que si hubieran concentrado su ambición en hacer eso bien hecho, habrían formado parte de un continuum histórico que desde la Guerra del Chaco rematará en un Estado boliviano, seguramente plurimultiple en muchas cosas, pero republicano y democrático. Como el MAS cree que su razón de ser va más allá de la inclusión (que era la demanda original de sus bases), nos embarcó en un proceso que a la inversa, lo convertirá en una mancha abominable; algo así como un garabato fallido, un lapsus histórico, aunque esto sea ya especular demasiado.

El tema es la matriz indígena. El MAS, en tanto que racista y no movimiento ciudadano, quiere hacer de esa matriz la principal en el debate electoral. Quiere que nos concentremos en el valor indígena de los candidatos, a ver cual es más y mejor indio, para encabezar las formulas de la oposición. No está logrando malos resultados: Los cruceños embanderan a Sabina y a Victor Hugo, Joaquino se postula en Potosí, Alejo Vélez desde Cochabamba, cada uno proclama su ser indígena como principal cualidad.

¿Por qué le interesa al MAS que pongamos así las cosas? Porque ese es su terreno. Frente a cualquiera de los mencionados, el MAS puede movilizar digamos que veinte mil campesinos, si no más, que los señalen como los indios malos, como los traidores, porque desde la “matriz indígena” ellos ya han posicionado un indio bueno y les va a durar. Les pregunto a los futuros candidatos: ¿Si Evo Morales los enfrenta de esa manera, desde la “matriz indígena”, puede cualquiera de ellos contrarrestarlo con otros veinte mil, con cincuenta mil?

Se trata de instalar las candidaturas fuera de la matriz indígena, sin desconocer su importancia y su peso relativo, pero quien encabece las opciones de la oposición, así sea descendiente directo de Mama Ojllo y Manco Kapac, debe situarse en la matriz democrática, que es la categoría de la oposición. Desde allí podemos movilizar siete o nueve ciudades que le reclamen la libertad y la democracia a Evo Morales y le digan “autoritario” y “dictador”.

Sin negar la validez y la importancia de las otras matrices que sustentan el proceso político boliviano (la étnica, la regional, la de clase), es la más política de todas, la democrática, la de los derechos humanos y civiles, la que nos corresponde embanderar; si no, estaremos en desventaja y no podremos construir una propuesta alternativa al etnonacionalismo que nos malgobierna.