Donald Trump ha batido otro récord más: instalar en la Casa Blanca un gobierno dominado por los milmillonarios del mundo, por primera vez en lo que va de un siglo (antes de la crisis del 29 en el siglo XX ocurrió algo parecido con los llamados “robber barons”). Al despedirse, el Presidente Biden ha advertido sobre la formación de una oligarquía de milmillonarios que amenazan la democracia en Estados Unidos de Norteamérica y en el mundo.
El gobierno de milmillonarios que se instalará en Washington a partir de enero de 2025 es una manifestación límite de lo que los marxistas clásicos explican como el "Contenido de Clase del Estado", concepto que quiero desenterrar porque describe cómo los aparatos estatales reflejan los intereses de las clases dominantes en cualquier parte del mundo, sea en Estados Unidos con los hiperricos de ahora, en la China con los dirigentes del partido llamado comunista (y sus socios) en ese proceso extremo de Capitalismo de Estado, o en Venezuela, con la mafia corporativa del petróleo y el narcotráfico. Bajo este principio, el Estado no actúa como un ente neutral, sino como una herramienta al servicio de determinados grupos, asegurando la reproducción de sus privilegios y consolidando su poder.
La "batalla cultural" promovida por la derecha populista (con el franco y directo apoyo de los neofascismos contemporáneos) es una estrategia de alienación ideológica que desvía el conflicto social de la desigualdad hacia temas culturales, identitarios y emocionales. En lugar de cuestionar las estructuras inequitativas del poder, se utilizan discursos nacionalistas, religiosos y de valores tradicionales para movilizar a las clases populares, haciéndoles creer que sus intereses están representados por figuras como Trump o Milei. Estos líderes se presentan como el "anti-establishment" o el enemigo de la "casta política", mientras implementan políticas que favorecen a oligarquías económicas, como la desregulación, la privatización indiscriminada y la reducción de impuestos a los más ricos.
El discurso antielitista y la exaltación de conceptos como la "libertad" y la "meritocracia" son utilizados para justificar medidas que perjudican a los sectores populares, mientras se fragmenta la solidaridad entre las y los trabajadores con narrativas basadas en identidades culturales o ideológicas. Esto desmoviliza las luchas por la justicia económica y normaliza la desigualdad como algo inevitable. En última instancia, la "batalla cultural" consolida un modelo excluyente bajo la apariencia de una cruzada por los valores y la tradición, logrando que los sectores más vulnerables defiendan los intereses de quienes los perpetúan.
Los Estados gobernados por partidos de ideología socialdemócrata son menos proclives a expresar exclusivamente los intereses de una clase social rica, porque su enfoque se basa en la búsqueda del equilibrio entre el mercado y la justicia social, promoviendo la redistribución de la riqueza y garantizando derechos universales como la educación, la salud y la seguridad social. Los Estados de Bienestar europeos son buenos ejemplos, han logrado implementar sistemas fiscales progresivos y políticas inclusivas que disminuyen las desigualdades, aseguran la movilidad social y fortalecen el tejido social. Estas políticas no benefician únicamente a una élite económica, sino que ayudan al bienestar colectivo, asegurando que los derechos y recursos estén al alcance de las personas, independientemente de su origen o condición económica.
Al contrario, el gabinete de Trump, compuesto por milmillonarios y magnates, de los más importantes del mundo, representa un claro ejemplo de cómo las élites económicas globales capturan el poder político de manera directa, sin intermediarios. Nombres como Elon Musk, Vivek Ramaswamy y Linda McMahon, entre otros, no solo concentran enormes fortunas, sino que también encarnan sectores estratégicos como la tecnología, la biotecnología, la banca, y la energía. Esta concentración de riqueza y poder en manos del gobierno norteamericano implica que las decisiones políticas estarán orientadas a perpetuar el sistema que beneficia a los más ricos, alejados de los intereses de las mayorías trabajadoras y los sectores más vulnerables, a los que nos llegarán las migajas, como fruto del discurso alienante de "la batalla cultural", en nombre de un capitalismo que crece y crece justificando esa angurria depredadora.
El aparato estatal no solo se usa para imponer políticas económicas favorables a esas élites, sino también para construir una narrativa que legitima su dominio; a través de figuras carismáticas como Trump, que presenta su riqueza y la de su equipo como garantía de una gestión honesta y exitosa, y difunden ideas que justifican la subordinación de continentes enteros y distraen la atención de las desigualdades estructurales. Además, y como ya sabemos, la narrativa de eficiencia gubernamental y recorte de gastos apunta a una reducción de los servicios sociales esenciales, afectando directamente a los más pobres y desamparados.
El carácter imperialista del Estado estadounidense (no es el único, el estado Chino camina en esa misma dirección, y los rusos detrás, aunque algo lejos), bajo el control de una administración de milmillonarios, amplificará las desigualdades a nivel mundial. La plutodiplomacia promovida por Trump priorizará, seguro, los intereses de las corporaciones y los sectores financieros, perpetuando una economía global basada en la explotación de los recursos y la fuerza laboral de los pueblos y países del Sur.
Desde esa perspectiva, el gobierno de milmillonarios no es una aberración, sino una expresión del papel del Estado bajo las élites del capitalismo avanzado. Está diseñado para consolidar el poder y los privilegios de las élites económicas globales. El gobierno de Trump no puede ser, por tanto, un instrumento para el bienestar de la humanidad, sino una maquinaria al servicio de los más ricos, en desmedro de una gran mayoría humana, compuesta de clases medias empobrecidas, trabajadores con minúsculos salarios y enorme cantidad de desamparados, en los que nadie piensa, peor aún, en tiempos de confrontación, polarización y guerras.