ALTERNATIVAS

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15 de diciembre de 2024

OTRO RÉCORD EN EL MUNDO

Donald Trump ha batido otro récord más: instalar en la Casa Blanca un gobierno dominado por los milmillonarios del mundo, por primera vez en lo que va de un siglo (antes de la crisis del 29 en el siglo XX ocurrió algo parecido con los llamados “robber barons”). Al despedirse, el Presidente Biden ha advertido sobre la formación de una oligarquía de milmillonarios que amenazan la democracia en Estados Unidos de Norteamérica y en el mundo.

El gobierno de milmillonarios que se instalará en Washington a partir de enero de 2025 es una manifestación límite de lo que los marxistas clásicos explican como el "Contenido de Clase del Estado", concepto que quiero desenterrar porque describe cómo los aparatos estatales reflejan los intereses de las clases dominantes en cualquier parte del mundo, sea en Estados Unidos con los hiperricos de ahora, en la China con los dirigentes del partido llamado comunista (y sus socios) en ese proceso extremo de Capitalismo de Estado, o en Venezuela, con la mafia corporativa del petróleo y el narcotráfico. Bajo este principio, el Estado no actúa como un ente neutral, sino como una herramienta al servicio de determinados grupos, asegurando la reproducción de sus privilegios y consolidando su poder.

La "batalla cultural" promovida por la derecha populista (con el franco y directo apoyo de los neofascismos contemporáneos) es una estrategia de alienación ideológica que desvía el conflicto social de la desigualdad hacia temas culturales, identitarios y emocionales. En lugar de cuestionar las estructuras inequitativas del poder, se utilizan discursos nacionalistas, religiosos y de valores tradicionales para movilizar a las clases populares, haciéndoles creer que sus intereses están representados por figuras como Trump o Milei. Estos líderes se presentan como el "anti-establishment" o el enemigo de la "casta política", mientras implementan políticas que favorecen a oligarquías económicas, como la desregulación, la privatización indiscriminada y la reducción de impuestos a los más ricos.

El discurso antielitista y la exaltación de conceptos como la "libertad" y la "meritocracia" son utilizados para justificar medidas que perjudican a los sectores populares, mientras se fragmenta la solidaridad entre las y los trabajadores con narrativas basadas en identidades culturales o ideológicas. Esto desmoviliza las luchas por la justicia económica y normaliza la desigualdad como algo inevitable. En última instancia, la "batalla cultural" consolida un modelo excluyente bajo la apariencia de una cruzada por los valores y la tradición, logrando que los sectores más vulnerables defiendan los intereses de quienes los perpetúan.

Los Estados gobernados por partidos de ideología socialdemócrata son menos proclives a expresar exclusivamente los intereses de una clase social rica, porque su enfoque se basa en la búsqueda del equilibrio entre el mercado y la justicia social, promoviendo la redistribución de la riqueza y garantizando derechos universales como la educación, la salud y la seguridad social. Los Estados de Bienestar europeos son buenos ejemplos, han logrado implementar sistemas fiscales progresivos y políticas inclusivas que disminuyen las desigualdades, aseguran la movilidad social y fortalecen el tejido social. Estas políticas no benefician únicamente a una élite económica, sino que ayudan al bienestar colectivo, asegurando que los derechos y recursos estén al alcance de las personas, independientemente de su origen o condición económica.

Al contrario, el gabinete de Trump, compuesto por milmillonarios y magnates, de los más importantes del mundo, representa un claro ejemplo de cómo las élites económicas globales capturan el poder político de manera directa, sin intermediarios. Nombres como Elon Musk, Vivek Ramaswamy y Linda McMahon, entre otros, no solo concentran enormes fortunas, sino que también encarnan sectores estratégicos como la tecnología, la biotecnología, la banca, y la energía. Esta concentración de riqueza y poder en manos del gobierno norteamericano implica que las decisiones políticas estarán orientadas a perpetuar el sistema que beneficia a los más ricos, alejados de los intereses de las mayorías trabajadoras y los sectores más vulnerables, a los que nos llegarán las migajas, como fruto del discurso alienante de "la batalla cultural", en nombre de un capitalismo que crece y crece justificando esa angurria depredadora.

En el caso de Donald Trump y su próximo gobierno es de esperar una continuación de políticas como las de su primera administración, caracterizadas por recortes impositivos que favorecen a las corporaciones y a los más ricos, mientras se desmantelan regulaciones ambientales y laborales que protegen a pequeños emprendedores, las clases medias y las y los trabajadores. La privatización de servicios públicos, la flexibilización en la explotación de recursos naturales y el favorecimiento de corporaciones multinacionales consolidarán esa acumulación, transfiriendo la riqueza de los sectores populares a las élites económicas.

El aparato estatal no solo se usa para imponer políticas económicas favorables a esas élites, sino también para construir una narrativa que legitima su dominio; a través de figuras carismáticas como Trump, que presenta su riqueza y la de su equipo como garantía de una gestión honesta y exitosa, y difunden ideas que justifican la subordinación de continentes enteros y distraen la atención de las desigualdades estructurales. Además, y como ya sabemos, la narrativa de eficiencia gubernamental y recorte de gastos apunta a una reducción de los servicios sociales esenciales, afectando directamente a los más pobres y desamparados.

El carácter imperialista del Estado estadounidense (no es el único, el estado Chino camina en esa misma dirección, y los rusos detrás, aunque algo lejos), bajo el control de una administración de milmillonarios, amplificará las desigualdades a nivel mundial. La plutodiplomacia promovida por Trump priorizará, seguro, los intereses de las corporaciones y los sectores financieros, perpetuando una economía global basada en la explotación de los recursos y la fuerza laboral de los pueblos y países del Sur.

Desde esa perspectiva, el gobierno de milmillonarios no es una aberración, sino una expresión del papel del Estado bajo las élites del capitalismo avanzado. Está diseñado para consolidar el poder y los privilegios de las élites económicas globales. El gobierno de Trump no puede ser, por tanto, un instrumento para el bienestar de la humanidad, sino una maquinaria al servicio de los más ricos, en desmedro de una gran mayoría humana, compuesta de clases medias empobrecidas, trabajadores con minúsculos salarios y enorme cantidad de desamparados, en los que nadie piensa, peor aún, en tiempos de confrontación, polarización y guerras.

24 de enero de 2017

ESTO ES PERSONAL

Nadie puede concentrarse en tanta cifra mal dispuesta y expuesta sin ningún criterio ni orden, como las del discurso presidencial de este 22 de enero; o sea que escuché las comparaciones del antes y después, quedándome con la cuenta de que sí, algo pasaba antes con mucha menor intensidad que ahora, en "mi gobierno" como ha insistido tantas veces el Jefazo. Se robaba menos, se mentía menos, se trabajaba mejor y con más eficiencia que ahora; también eramos menos racistas, aunque la sociedad discriminaba más, y teníamos mejor educación que ahora. Para qué hablar de la justicia, antes era discriminadora, de los pobres y de los indios, pero ahora es una cloaca llena de masistas sin dignidad ni honradez ni honor, que se venden a cualquier precio y al mejor postor. De la coca-cocaína mejor ni hablar, del antes y el después que es el ahora...

Para no ser injustos, hay que reconocer hoy funciona (subvencionado) un teleférico en la ciudad de La Paz y que forma parte del orgullo de vivir en esta ciudad maravillosa.

Pero hay una cosa en el discurso presidencial que me tocó en lo personal y que no puedo dejar pasar. El Presidente dijo sin dudarlo y con la certeza del que sabe que fue así, que los bolivianos en el exterior antes estaban abandonados a su suerte, que no podían hacer un trámite ni renovar un documento, mientras que ahora, durante "mi presidencia", están atendidos desde excelentes consulados que trabajan de sol a sol; y es mentira. No que trabajen de sol a sol, que eso no me consta, sino que antes estuvieran desatendidos.

Yo fui Ministro Consejero en la Embajada de Bolivia ante el Reino de España cuando logramos la regularización de los migrantes indocumentados en ese país, que eran decenas de miles. Con un Canciller de verdad acordamos un tiempo de amnistía para los indocumentados y un sistema de tramitación excepcional, que no solo benefició a los bolivianos, porque lo hicimos en conjunto con colombianos, peruanos y ecuatorianos. Lo excepcional fue que logramos que 47.000 compatriotas bolivianos que vivían ocultos, escabullendo a la policía y trabajando en los puestos más bajos y marginales obtuvieran sus papeles de radicatoria y permisos de trabajo para vivir tranquilos en la Península Ibérica. Y eso no se ha vuelto a hacer hasta ahora.

El entonces Presidente, Carlos D. Mesa G., ordenó la tramitación de papeles en tiempo record y envió una misión itinerante que otorgaba documentos y certificaciones en todos los consulados e incluso en algunas ciudades donde no habían oficinas consulares. Yo tuve la oportunidad de coordinar y dirigir ese proceso desde Madrid y guardo hasta el día de hoy copia de la documentación que acredita sus resultados. Por eso me molesta que el Presidente Morales Ayma, diga las cosas sin saber de ellas, sin respeto al trabajo de los demás, sin consideración a lo mucho o poco que se hizo bien en el pasado, y en la creencia de que fue con su llegada que se inició la historia del país. No fue así señor Morales, usted llegó cuando todo estaba hecho y supo, en muchos casos y de buena manera, aprovechar el trabajo de quienes le antecedieron. Es de señores el reconocerlo y el no hacerlo se llama deshonestidad.

Cuando llegó el MAS al gobierno, los contratos del gas estaban firmados, los pozos extrayendo y funcionando, las tuberías tendidas, lo consumidores en el exterior comprando. Y así en todo, en la minería, en la manufactura, en la exportación de soya y quinua, en la producción de leche y castaña, de papel y de cartón; del litio no había nada y sigue sin haber, lo mismo que del hierro en el Mutún. Es verdad que ahora se saca un carnet de identidad en menos tiempo, pero eso se debe a que el sistema está computarizado y que antes no existía la tecnología suficiente para hacerlo como ahora, en Bolivia, en la China o en Groenlandia.

Lo mismo que los ingresos, que no expresan un aumento significativo de los volúmenes producidos de cada uno de los bienes que se exportan (que mas bien han disminuido sino desaparecido, como la producción de ENATEX que se vendía en Estados Unidos), sino el crecimiento de los precios. Todos los países de la región nos beneficiamos de esta coyuntura del mercado, unos más que otros y todos redujimos la pobreza, crecieron nuestras clases medias, mejoró nuestro sistema productivo, mejoramos nuestras ciudades, construimos carreteras..., esto no fue Morales Ayma, fue la coyuntura.

Los cuentos que nos cuenta Usted son para consumo interno, para que una parte de la población que no tienen información ni formación suficientes, se crea estas mentiras y siga votando por Usted. Estaba yo cansado de repetir estas cosas y ni pensaba escribirlas otra vez, como un leitmotiv de cada enero, hasta que escuché esto de los migrantes bolivianos, porque me toca a mi de cuerpo entero; por eso decidí poner estas letras, para repetir lo que todos ya saben, que los discursos del Su Excelencia en enero son una tira de inventos para el consumo interno de un masismo enajenado.

31 de marzo de 2015

CARGADOS DE FUTURO

Es correcto pensar que las victorias departamentales y (sobre todo) municipales de la oposición democrática son fruto de un castigo a la mala gestión masista, y una reacción frente a la corrupción descontrolada que hasta el propio Presidente ha tenido que reconocer. Pero no es suficiente.

Detrás del voto de los electores hay algo más profundo y de mayor proyección. Cuando podamos cruzar en detalle los datos que hacen a la estructura del voto como la relación campo / ciudad, o el grado de educación de los votantes, o sus características etáreas, podremos aventurar conclusiones menos coyunturales.

La emergencia de las clases medias que en América Latina (no es un fenómeno solo boliviano) ha incorporando gran cantidad de personas y grupos hasta hace poco marginados, muestra una presión de renovados electores, jóvenes sin trabajo y sin futuro, mujeres deseosas de cristalizar los avances alcanzados en nuevos e igualitarios derechos, pobladores urbanos ansiosos de modernidad y mejores condiciones de vida, personas más y mejor preparadas en distintas profesiones… nuevas demandas políticas que el populismo autoritario ya no puede satisfacer, atrapado como está por un discurso que revisibilizó propuestas estancadas en un pasado ilusorio, útil solo para luchar contra la modernidad que enarbolaban viejas oligarquías incapaces de cumplir sus propios sueños.

Pasó el encanto del alienante discurso de recampesinización, conservador por excelencia (vinculado en Bolivia al rencor indígena por años de explotación y marginalidad), que aupó identidades dispersas por la exclusión y la pobreza, que ahora buscan salidas correspondientes a su nueva condición; son antiguas y nuevas clases medias, urbanas, mestizas, mejor instruidas y ansiosas de modernidad. El MAS pudo incorporar a los más pobres y a los indios a la movilidad social capitalista pura y dura, pero es incapaz de abrirles camino y otorgarles horizontes, preso como está en su estructura autoritaria que depende de la pervivencia ad eternum de su jefe. La falta de liderazgos alternativos al interior del masismo responde a esa necesidad de reproducción del caudillo inalcanzable, sin el cual su estructura corporativa no puede pervivir, pero al mismo tiempo la hace impenetrable a la necesaria renovación de ideas y actitudes. El MAS cumplió su ciclo, no tiene nada más que ofrecer y como no puede renovarse está destinado a perecer en una larga decadencia; como les pasó a otros en Bolivia en largos ciclos de veinte o más años, o como al chavismo en Venezuela, o al kishnerismo en Argentina, cuya pervivencia solo es posible a costa de la destrucción de la institucionalidad democrática y de la estructura productiva de esos países.

Evo Morales es un tapón para la historia. Los liderazgos emergentes menores de cuarenta años, son una muestra de esta situación. Y el departamento de La Paz resultó ser lugar para la erupción de ese soterrado fenómeno. En La Paz confluyen tres expresiones que deben ser tomados en cuenta: a) Revilla: la predilección de la ciudad por una buena gestión demostrada, donde valen más los hechos que las palabras; b) La Sole: la protesta contra la ineficiencia y la corrupción que consolida una alternativa consecuente y trabajada con tesón, y c) Patzi: la ruptura de la racialización del voto, tanto en el mundo aimara como en el mestizo. Los tres (¿Patzi también?) son expresiones progresistas de una visión liberal del mundo, hay en La Paz un nuevo liderazgo cargado de futuro.

La Sole, un liderazgo cargado de futuro

¿Qué más le podemos pedir al electorado, si con su instinto y a manotazos nos está indicando el camino? Idoneidad y eficiencia para la gestión democrática de las instituciones; compromiso con las demandas básicas de lucha contra la corrupción y por la seguridad; y la unidad en la diversidad, el encuentro de culturas, el respeto del otro y la complementariedad. Todo está sin pulir, sin abrillantar, falta mucho por caminar, pero empezamos a vislumbrar hacia donde.

Queda quitar el tapón que impide que las nuevas expresiones que quieren modelar el poder del futuro se enriquezcan y crezcan, en democracia, hasta cristalizar una nueva ilusión que nos movilice otra vez a todos.

23 de enero de 2015

EL RITUAL DE TIAWANAKU

La República, la Nación, el País, son conceptos que pueden contenernos a todos los habitantes y estantes de un determinado territorio. El Estado no, ningún Estado.

El Estado es una maquinaria, un conjunto de instituciones y/o aparatos burocráticos, cuya función principal es permitir y legitimar el gobierno de unos sobre otros. Quienes logran (legítimamente o ilegítimamente) apoderarse de ese conjunto de aparatos, adquieren la capacidad de tomar decisiones que otros tienen que acatar. Por eso, cuanto más democracia mayor reparto multipartidario del poder estatal, y cuanto menor, más concentración y centralización alrededor de un solo grupo. El discurso populista narra esta apropiación disponiendo y machacando la idea de que el Estado populista es el pueblo. Desde la vereda ciudadana, a esos grupos se le llama oligarquías o nomenklaturas, en Bolivia los conocemos de siempre, les llamamos “roscas”.

Cuando el gobierno boliviano pasó de ser el de una República, a ser la rosca del Estado plurinacional (yo le llamo en sorna pluritutifrutico, porque no me creo eso de la nación cultural) selló contra la ciudadanía la condición de súbditos desplazados del poder, y dejó a la sociedad (la sociedad civil y la sociedad a secas) a merced de las decisiones de quienes tutelan el Estado. Para justificar semejante arbitrariedad, el poder se autocomplace y regodea asegurando que “el pueblo” es quien domina y gobierna el Estado. Para que eso sea creíble es necesario un relato mítico que explique los orígenes y el destino de esa apropiación estatal. El mito está creado, la gente repite y cree (parcialmente al menos) esta fábula.


Por eso la lucha política en Bolivia se desarrolla fundamentalmente en el terreno de lo simbólico, a pesar de que la articulación de las alianzas con los grupos que asemejan representar la diversidad social sea pragmática y gire alrededor de demandas concretas y no de naturaleza cosmogónica e ideológica. Esta paradoja se produce porque la intermediación entre el Estado plurinacional y la sociedad está circunscrita a la relación entre el gobierno y los “movimientos sociales” que son entidades corporativas, por lo que su cohesión está signada por la capacidad de cada uno de ellas de alcanzar objetivos materiales, por su participación espuria en el reparto del excedente concentrado en las arcas del Estado.

Eso explica la necesidad recurrente de retorno a las wiphalas, cuando ya parecían olvidadas y poco tienen que ver con el discurrir cotidiano del modelo desarrollista y extractivitas, clientelar y patrimonial, remozado por el MAS estos últimos diez años. De vez en vez, una cada año, el relato mítico busca encarnar un paradigma, el paraíso prometido de los cristianos, la sociedad sin explotados ni explotadores de los marxistas, la llegada del tiempo del Pachacútuec incaico.

Imaginemos un sueco, o un canadiense, joven, buscando horizontes que la crisis del paradigma democrático occidental parece ya no ofrecerle, y de pronto, en lontananza, divisa a un indio sudamericano que le habla de Jerónimo o Toro Sentado, o de los mapuches del sur, los lapones nórdicos, de las tribus en Borneo, o de los zulúes del África; ligando toda esa llamativa marginalidad digna del Buen Salvaje rusoniano a un llamado a detener la destrucción del planeta tierra, al equilibrio con la naturaleza, al encuentro de cada quien consigo mismo, como copiado de un manual New Age. Cualquiera gastaría tres mil dolaracos en confeccionar un traje para tan singulares eventos, incluido el cetro; y muchos más dolaracos aún para desenterrar a los amautas ocultos en todos los rincones de la tierra y completar los extras de la película. A pesar de ser un cuento, una patraña vil y mentirosa, como han sido todas esas quimeras a lo largo de la historia humana, hay que reconocer sus pretensiones y cuán lejos pretenden llegar. En el Estado pluritutifrutico no cabemos todos, pero en el mito sí.

Con semejante batería, sin contestación relevante al frente, los masistas seguirán haciendo lo que quieran, en beneficio propio y de los cuatro amiguetes que les quedan, durante varios años más. ¡Felicidades!